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Al filo del dinero
Sergey Baksheev


La vida cuotidiana de Yury Grisov se rompe repentinamente. El se entera de una enfermedad incurable, de una agresiГіn casi mortal a su hija y pierde el trabajo, casi simultГЎneamente. Г‰l inventa unos billetes falsos para los cajeros automГЎticos, organiza la operaciГіn riesgosa con ellos y se enfrenta a delincuentes peligrosos. Pero, donde hay dinero grande, siempre hay problemas grandes. El Doctor podrГЎ manejarlos?





Al filo del dinero



Sergey Baksheev



© Sergey Baksheev, 2020



ISBNВ 978-5-4498-5708-8

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Sergey Baksheev





AL FILO DEL DINERO


Traductor: Oscar Zambrano Olivo




PresentaciГіn


La vida cuotidiana de Yury Grisov se rompe repentinamente. El se entera de una enfermedad incurable, de una agresiГіn casi mortal aВ su hija y pierde el trabajo, casi simultГЎneamente. Para salvar aВ su hija se necesita una operaciГіn costosГ­sima. Grisov quien es un especialista informГЎtico, ademГЎs talentoso, se convierte en el misterioso Doctor. Su meta: producir una gran cantidad de dinero para su familia y castigar aВ sus enemigos. Г‰l inventa unos billetes falsos para los cajeros automГЎticos, organiza la operaciГіn riesgosa con ellos y se enfrenta aВ delincuentes peligrosos. AdemГЎs, la investigaciГіn policial, de la cual estГЎ encargado su hermanastro, el capitГЎn Gromov, prГЎcticamente la dirige Г©l tambiГ©n.

Pero, donde hay dinero grande, siempre hay problemas grandes. El Doctor podrГЎ manejarlos?




PrГіlogo


Yo tengo una sola meta: conseguir dinero. Pero todo el mundo anda en eso, se dirГЎn ustedes, riГ©ndose de mГ­. Eso es verdad, pero yo tengo una circunstancia particular. Necesito mucho dinero, y no tengo tiempo para ganarlo honradamente. Ya calculГ© la suma necesaria. Son mГЎs de cien millones de rublos. Pero el trabajo mejor remunerado, correspondiente aВ mis calificaciones, me va aВ acercar aВ esa suma aВ paso de tortuga. Y no puedo esperar. La razГіn es sencilla: en cualquier momento puedo decaer y morirme.

Pues sГ­, coГ±o, yo estoy marcado para morir antes que usted. Y esta horrible realidad no puede corregirse. Ni usted, ni yo, ni ninguna otra persona en el planeta estГЎ en capacidad de ayudarme.

Pero estГЎ bien. En cuanto me resignГ© aВ lo inevitable, me di cuenta de lo fuerte que soy ahora. Si, ustedes escucharon bien. No tengo nada que perder, no temo aВ nada, lo peor que podГ­a suceder en mi vida, ya sucediГі. Por eso puedo arriesgar, arriesgar bastante. Puedo poner mi vida en el tapete de apuestas, para recoger el gran premio.

Pero no piensen que yo soy un asesino oВ un delincuente desalmado. No, yo trabajo sin armas. Yo tengo un plan limpio para obtener dinero. La gente que no sabe, lo consideran fantГЎstico oВ loco, pero el plan funciona.

¿La demostración? El maletín pesado que tengo en mis manos. Está lleno de billetes de banco, los cuales, yo… ¿Como decirlo con más exactitud? ¿Los robé? No exactamente. ¿Los conseguí? Eso está más cerca de la verdad, pero de todos modos no refleja la esencia de mi actividad. ¿Los merecí? ¡Por supuesto! Yo tengo cuarenta años y, al menos, veinticinco de ellos estudié, trabajé, desarrollé mi cerebro, para qué en el momento crítico, él me mostrara el camino correcto. El maletín con el dinero es la recompensa por esos largos años de días grises.

Grises… Esa palabra sin rostro me ha perseguido toda la vida. Resulta que mi nombre es Yury Grisov y, por supuesto, mis compañeros de colegio me llamaban Gris. Gris… ni chicha, ni limonada, ni blanco, ni negro, en otras palabras, mediocre.

Bueno, ya demostrГ©, ante todo aВ mi mismo, que ellos se equivocaban. Ahora tengo en mis manos una gran suma de dinero. Ahora no soy gris, ahora soy В«El DoctorВ». Bajo este apodo soy conocido por mis cГіmplices y clientes. La policГ­a ya lo escuchГі, pero hasta ahora no saben quiГ©n se esconde tras Г©l. Ya casi lleguГ© aВ mi cometido. Cierto, la palabrita В«casiВ», es como un nudo corredizo en mi garganta.

Resulta que, la suma que tengo en mis manos es grande, pero no es suficiente. TodavГ­a no he llevado mi plan hasta el final y necesito arriesgarme mГЎs. Nuestro jueguito del gato y el ratГіn va aВ continuar. Yo estoy seguro que seguirГ© engaГ±ando aВ la policГ­a, pero en este momento no se donde estГЎ el segundo forro de mi chaqueta В«El FaritoВ», por el cual me estГЎn rastreando.

En cualquier momento esto puede ser una catГЎstrofe.

¿Quieren conocer los detalles? Espero que ustedes no sean de la policía. A propósito, cuando allá lean estas notas, lo más seguro es que yo ya no esté aquí. ¿Qué? ¿Ustedes creen que su vida va por una alfombra desenrollada y siempre será así? Ustedes creen saber que sucederá mañana, la semana que viene y creen que pueden planificar sus vacaciones para dentro de seis meses. Ingenuos. Así vivía yo, hasta que un día la fatalidad me mete una zancadilla y… Bang! ¡Al suelo!

Doloroso. Tan doloroso que ya uno no quiere vivir. Pero yo no puedo abandonar los mГ­os aВ su suerte. DespuГ©s del golpe del destino yo estaba en otra realidad y tuve que cambiar completamente para ponerme de pie de nuevo.




1


Cuando lleguГ© al hospital una barrera me obstaculizaba el camino. DejГ© el auto en cualquier sitio y corrГ­ directo aВ la recepciГіn, sin importarme los charcos. AВ mi espalda quedaba esa calle de mayo, la cual, aunque no habГ­a entrado la primavera, ya olГ­a aВ lilas. Tras el umbral me esperaba ese mundo cuidadoso de la asepsia, con sus luces blancas y su insistente olor aВ desinfectante y detergente que lo que hace es fortalecer la ansiedad. QuizГЎs por eso, aВ mi siempre se me echa aВ perder el estado de ГЎnimo cuando visito un hospital, sin hablar ya de esta circunstancia particular. RompГ­ dos juegos de cubre-zapatos de plГЎstico, que no querГ­an abrirse, antes de ponerme un par en mis zapatos mojados.

Un ser humano en bata blanca (no pude determinar ni sexo, ni edad) me condujo hasta la puerta de una oficina en el segundo piso. AllГ­ me recibiГі la mirada cansada de un georgiano calvo de edad madura. Era un mГ©dico quien estaba sentado en su escritorio y estaba vestido de uniforme quirГєrgico con mangas cortas y un corte triangular en el pecho que dejaba ver una franela blanca y sobre cuyo cuello se veГ­a una buena cantidad de pelos negros. Esos bucles ridГ­culos, parecidos aВ alambres, se veГ­an completamente inapropiados en una instituciГіn de salud.

Mientras yo recuperaba mi aliento, el mГ©dico me estudiaba aВ travГ©s de sus lentes de montura de metal. Al fin, el denso cepillo de su bigote, que llegaba hasta la comisura de sus labios, se moviГі y el dueГ±o de la oficina se presentГі:

– David Guelashvili, cirujano. – Con un gesto de la mano propuso sentarme y, entonces, me preguntó: – Usted es el padre?

– Grisov, Yury Andreevich, – me apuré a responder e, incluso, quise sacar la cédula, pero me contuve. La incertidumbre me atormentaba. – Que le pasa a Yulia?

– Nosotros la salvamos, pero su condición permanece difícil. – El

cirujano callГі y cruzГі, frente aВ Г©l, sus fuertes manos peludas, donde se le veГ­a el dibujo de sus venas.

– Pero no se calle! – Salté de la silla. – Que significa «difícil»?

El mГ©dico se tomГі su tiempo. EscogiГі unas hojas de papel, las puso sobre la mesa, se quitГі los lentes y masajeГі sus ojos cansados.

– ¿Qué edad tiene su hija? – Preguntó, sin levantar la vista.

– Dieciocho.

– Un amor no correspondido?

– Que quiere decir con eso?

ExhalГі fuertemente y se acomodГі los anteojos sobre la nariz. Como dudando un poco, Г©l explicГі:

– Su hija bebió ácido acético. Como resultado, afectó el tracto gastro-intestinal y tuvo una deficiencia renal aguda…. Es una forma de suicidio extremadamente dañino.

La horrible palabra cortГі como un cuchillo en carne viva. Yo sacudГ­ la cabeza:

– No. Yulia no pudo hacer eso. Eso es imposible. Mi hija disfrutaba de la vida, estaba haciendo planes, en estos días iba a tener un gran éxito. ¡Para ella…, apenas todo comenzaba! ¿De dónde sacó usted esa conclusión? —

Guelashvili tomГі una toalla de papel de una caja, se secГі la frente y murmurГі:

– Gajes del oficio.

– Eso a usted no le imp… – Me contuve. No recordaba si yo le había mencionado la profesión de mi hija.

– Si importa, por desgracia más frecuentemente de lo que uno quisiera. Yo, como cirujano, observo constantemente como se rompe una vida tranquila. La persona no ve, no oye que hay un abismo ahí cerca: un paso lateral y ya está volando. O se salva, o se destroza en el fondo… – Guelashvili miró la toalla de papel arrugada en su mano, como si ella simbolizara en lo que se transforma una vida serena después de una acción imprudente.

– No. El suicidio está excluido, – mi voz sonó indignada. – Ni siquiera podríamos pensar eso de nuestra hija. Ella, ella… Usted no la conoce.

– Entonces, alguien puso ácido en su bebida.

– Quien? ¿Por qué?

– Yo soy médico, no un policía. A la paciente la trajeron del club nocturno «Hongkong» en una ambulancia. Afortunadamente a tiempo. Nosotros pudimos hacer bastante pero el daño interno es bastante serio. —

– Donde está Yulia? Quiero verla. – Salté de mi asiento.

– Ahorita no se puede, – con un gesto me detuvo el cirujano. – La muchacha está en terapia intensiva. Y sin conocimiento.

Lentamente me sentГ© de nuevo.

«Terapia intensiva. Sin conocimiento». No es posible que se esté hablando de mi hija con estas palabras tan feas. ¿Cuál suicidio?, vayan ṕal carajo! Apenas ayer…

В«AyerВ», como si fuera hoy, nuestra familia era feliz. Se habГ­a cumplido un sueГ±o de muchos aГ±os. Nos habГ­amos mudado de un estrecho apartamento en un quinto piso aВ un nuevo y cГіmodo townhouse. Una casita como en las revistas. La fachada de ladrillos rojos, como si la hubieran traГ­do asГ­ desde la vieja Inglaterra. En el frente una grama bien cortada y estacionamiento para dos carros. Dos pisos decorados y un ГЎtico suplementario. Y esta maravilla aВ solo quince minutos de MoscГє por la carretera de Novorizhsk. ВЎVive y se feliz!

Anoche, apenas hace unas horas, Katya, mi esposa embarazada, quien caminaba entre los corotos sin arreglar, en la nueva casa, con una sonrisa radiante hacГ­a planes:

– Aquí estará el cuarto del bebé, al lado del nuestro. La habitación de Yulia estará lejos para que no moleste al niño. Ay, falta comprar muchas cosas y el ático no está listo. Menos mal que ya pusieron la cocina y con el diván en la sala podemos invitar amigos. Katya puso sus manos en el vientre redondo y me miró: – Yury, tendremos el dinero para enfrentar esto?

– Claro, ya calculé todo, – me apuré a tranquilizarla y la abracé, con cuidado, por la espalda.

Puse mis manos sobre las suyas, mi mejilla se cubriГі con sus abundantes rizos castaГ±os, mirГ© el corte triangular de la bata aВ la altura de su pecho y me sentГ­ tan bien. El embarazo tardГ­o y no planeado generГі ternura en nuestra relaciГіn y le dio un nuevo sentido aВ nuestra vida cotidiana. ApareciГі el deseo de cambiar todo. Literalmente, rejuvenecimos.

El futuro bebГ© creГі una motivaciГіn tan fuerte que, en seis meses, resolvГ­ el problema de la nueva casa y, ademГЎs, insistГ­ en un automГіvil mГЎs seguro para Katya. Tuve que sacar otro crГ©dito para comprar un В«VolvoВ» nuevo.

Entonces sentГ­ el conocido y embriagador olor de mi mujer, toquГ© con los labios su cuello y le susurrГ©:

– Eres tan…

– No, no. Eso no, – y se separó de mi abrazo. – Sabes que eso de los gastos me preocupa.

– No hay razones para preocuparse. La hipoteca es a veinte años, con una tasa de interés moderada. Ahorita pago un tercio de mi salario a esa hipoteca y con el tiempo, mi sueldo subirá. Estamos bien.

– Veinte años, – suspiró Katya. – Tendremos sesenta años cuando liberemos la hipoteca. Y todavía queda el crédito del carro.

– No pienses en las dificultades, piensa en el bebé.

– Durante mucho tiempo no podré trabajar, y el pequeño necesitará muchas cosas.

– Tendremos todo, yo proveeré. Ahora… – Con disimulado orgullo, moví el brazo, como mostrando la nueva casa. – Hoy tenemos fiesta. ¿Celebramos? —

– Disculpa, pero yo no preparé nada.

– No importa. Con vino y queso bastará.

– Yo no puedo beber vino. – Con disimulado orgullo, y suavemente, Katya pasó la mano por su vientre.

Cada vez que yo veГ­a ese gesto, sentГ­a algo en el corazГіn. Ella caminГі hacia la sala. Verla por detrГЎs todavГ­a era agradable, su cintura no habГ­a cambiado. Se sentГі en el divГЎn.

– Estoy cansada. Celebraremos pasado mañana, cuando vengan tu hermano y Natasha. Ella va a ayudarme con eso. La fiesta la tiene hoy Yulia.

– A propósito, ¿dónde está ella? Salió muy elegantemente vestida. Ya es tarde. – Me preocupé por mi hija de dieciocho años.

– ¿Qué te pasa, se te olvido? Yulia va a salir en la portada de «Elite Style» – Katya se sonrió. Evidentemente se enorgullecía de su hija, tan parecida a ella cuando era joven.

– Uno se puede golpear en este desorden. – Aparté una caja con el pie, abriendo camino hacia el diván.

Sinceramente hablando, yo no aprobaba esa aspiraciГіn terca de mi hija de convertirse en modelo. Yulia es bonita, es fotogГ©nica, eso no se lo vas aВ quitar, pero de muchachas asГ­, hay un montГіn y el Г©xito llega aВ unas pocas. ВїAdemГЎs, que es eso de comerciar con la belleza propia? La belleza es efГ­mera. Hoy estГЎ ahГ­ y maГ±ana se marchita. OВ el standard de belleza cambia. Eso no tiene futuro.

Fíjense, yo terminé la facultad de Matemática Computacional de la UEM[1 - – UEM: Universidad Estatal de Moscú.]. Yo quería ser un científico, pero la vida me empujó a una profesión más demandada. Trabajo en programación para la actividad bancaria. Y me vale verga como me veo, lo importante es que la cabeza trabaje. Katya también estudió en la misma facultad. Después de que terminó la universidad no le interesó la programación seria, pero se convirtió en una profesional calificada en contabilidad. Yulia también es buena en Matemáticas, pero malgastó el tiempo y el dinero en la actuación, el baile y la cosmetología, la creación de su imagen, pues. La persistencia le trajo resultados, ya la notaron. ¿Pero que será de ella dentro de cinco, siete años? La nueva generación de bellezas, inevitablemente, desplazará las modelos marchitadas.

No aguantГ© y expresГ© mi descontento:

– Que?, ¿Van a fotografiarla en la madrugada?

– La sesión de fotografía para la revista es pasado mañana. Hoy, Yulia fue con las amigas al club. Tú no hagas pucheros. Es un asunto de jóvenes y hay razones para alegrarse. Tendrá tiempo para dormir bien y conservar el cutis fresco. —

– Clubes nocturnos, estilistas, fotógrafos… Mejor hubiera sido que entrara a la universidad como nosotros. —

– No gruñas. – Katya me haló por la mano y yo me senté a su lado. Se recostó de mi hombro y suspiró. – Quien sabe que es lo mejor y que es lo peor? En la vida hay tantas posibilidades diferentes. Nosotros vamos por una escalera hacia arriba… —

– Y ella quiere saltarse todos los escalones. – Con duda moví la cabeza.

– ¿Y, si de repente ella tiene éxito?

Oh, esta fe femenina en los milagros. En el fondo de su alma todas ellas son Cenicienta. Yo callГ©, para no discutir.

Katya me mirГі aВ los ojos y me sonriГі, como avergonzada:

– Me voy a dormir, no aguanto los pies.

– Si, ve, por supuesto. Yo voy a…

Yo movГ­ la mano como mostrГЎndole que continuarГ­a arreglando los corotos. Ella no aguantГі para darme mГЎs instrucciones:

– Las cajas con la ropa las subes al segundo piso. Las de la vajilla la pones en la cocina. Pero no te pongas a arreglar nada, me lo vas a enredar. Mañana, yo misma lo hago.

Quien iba aВ discutir, asГ­ serГ­a mГЎs fГЎcil. Katya saliГі. MovГ­ las cajas, sin cansarme de alegrarme por lo grande de la nueva casa. Hasta habrГ­a una habitaciГіn aparte para un tercer hijo. LГЎstima que nos tardamos con el segundo. Antes de acostarme bebГ­ vino y me dormГ­ con una sensaciГіn cГЎlida en el pecho: Que bueno era todo.

Pero en la madrugada me despertГі la desagradable vibraciГіn del celular. Le habГ­a quitado el sonido. En la pantalla apareciГі un nГєmero desconocido. El corazГіn se me apretГі del mal presentimiento. Para responder la llamada salГ­ del dormitorio. Llamaban de un hospital e informaban que habГ­an recibido una muchacha de nombre Yulia Grisov y solicitaban, urgentemente, un familiar cercano.

Se me doblaron las piernas. Por varios minutos estuve aturdido. Un vacГ­o denso, como barro, me bloqueaba las ideas. Convencido de que la conversaciГіn no habГ­a sido un sueГ±o y, en mi mano, el pedazo de papel de envoltura, donde yo habГ­a escrito la direcciГіn del hospital, me vestГ­ y salГ­, tratando de no despertar aВ mi esposa.

Y he aquГ­ que estoy sentado en la oficina del cirujano, el cual me acababa de explicar las horribles consecuencias de lo sucedido. Mi fuero interno no quiere creer que nos haya caГ­do tamaГ±a desgracia. ВїPor quГ© nosotros? Todo lo malo le sucede aВ los demГЎs, en alguna parte lejos, en la televisiГіn, en las noticias, en Internet. Mi familia estГЎ protegida contra la infelicidad. ВїPor quГ© aВ nosotros?

– Yo debo verla, ¡DEBO! – le informo al médico, mirándolo a los ojos con esperanza. – De repente no es Yulia. De repente ustedes están equivocados.

– Ok. Vamos, – aunque duda, el cirujano asiente.

En la sección de terapia intensiva, en una cama especial con barandas, yace una joven muchacha, con goteo intravenoso y tubos en la boca. Yo me acerco completamente, la considero largamente pero mi corazón ya se estremece. No hay ninguna duda, es Yulia, mi única hija. Externamente ella no ha cambiado, es tan linda como siempre, solo que tiene una palidez mortal. Pero internamente, por las palabras del médico…

Imaginarme las horribles consecuencias de haber tragado ГЎcido me estremece. Aparto la vista de ella, retrocedo un paso y, con voz enronquecida, le pregunto aВ Guelashvili:

– ¿Qué puedo hacer por ella?

– Done sangre. Siempre se necesita.




2


Mi viejo В«PeugeotВ», abandonado en el medio de los charcos, se encaprichГі y no arrancГі enseguida. Cuando el motor reaccionГі, encendГ­ la calefacciГіn y, cansado, cerrГ© los ojos. No me sentГ­a bien. Me desconectГ© durante la donaciГіn de sangre y, hasta ahora, la cabeza me daba vueltas de una manera desagradable.

El tormento del dolor anГ­mico se complementГі con una nueva preocupaciГіn: ВїComo recibirГ­a Katya la noticia sobre su hija? Los mГ©dicos le habГ­an advertido que un embarazo tardГ­o era particularmente peligroso y debГ­a evitar emociones. Y como no emocionarse en esta situaciГіn. ВїCon que la tranquilizo? Poco aВ poco lleguГ© aВ la conclusiГіn que mejor me callaba por ahora y esperar que Yulia volviera enВ sГ­.

Aunque lo dudГ© un poco, decidГ­ no volver aВ casa e irme directo al trabajo. Eran casi las siete de la maГ±ana, pero no llamГ© aВ Katya para no preocuparla.

En el В«JupiterbankВ» yo ocupo la posiciГіn de director de la secciГіn de seguridad informГЎtica. Mi tarea consiste en mantener la funcionalidad de los cajeros automГЎticos, de los terminales de pago, de los receptores de las tarjetas plГЎsticas y de los trasmisores de transferencias electrГіnicas. Los empleados clave de la secciГіn son dos, yo y el ambicioso ingeniero principal Oleg Golikov. Nosotros ocupamos la misma oficina donde hay una media docena de computadores, que nunca se apagan y con sus respectivos grandes monitores.

Oleg es un cГ­nico mercantilista pero muy buen especialista. Y aunque hay una diferencia de edad (doce aГ±os) nos tratamos amigablemente.

– Epa, hola! ¿Y eso? ¿Tú tan temprano por aquí? – se sorprendió Golikov, mirando a su pensativo jefe por encima de una taza de té frío.

AВ mi no me gusta ir en traje y corbata. En invierno, prefiero los sweaters tejidos, y en verano, chaquetas sencillas y jeans. Oleg, al contrario, siempre anda encorbatado. El asocia la apariencia exterior con el Г©xito. Por eso tiene un coupГ© В«JaguarВ», se compra trajes italianos prestigiosos y complementa con accesorios de marca. Es verdad que hay pocos que no saben que su carro no es nuevo, quГ© en vez de relojes suizos, Г©l se compra copias chinas y vive en las afueras, con sus padres, en un apartamento pequeГ±o.

– Yo no vengo de casa, estuve por ahí anoche, me encontré a alguien… ¿Y tú? – Golikov continuó su curiosidad.

Mentalmente me vi con los ojos del colega presumido. El cuello de la camisa Polo muy gastado, sudor en las axilas, pantalones arrugados, con mal semblante. El tГ­pico perdedor para un joven como Г©l. TodavГ­a ayer, avergonzado, hubiera arreglado mi ropa y limpiado mis zapatos, pero despuГ©s de la visita al hospital, la propia apariencia disminuyГі, en la escala de prioridades, aВ nivel de granos de arena. AВ mi me molestaba otra cosa: ВїquГ© le iba aВ decir aВ Katya?

No querГ­a continuar la conversaciГіn con mi molestoso colega, entonces me decidГ­, por fin, llamar aВ mi esposa. Le di la espalda aВ Oleg.

– Katya, buenos días, – traté de hablar alegremente al saludar a mi esposa. – No te extrañe que saliera sin despedirme. No quise despertarte. Resulta que hay algunos problemas en el trabajo y me llamaron temprano. Yulia? No te preocupes por ella. Me llamó para avisarme que se iba a quedar en la casa de una amiga… Aquella, la de siempre… Era tarde para ir a la casa y su amiga vive cerca del club. —

– Una amiga que se llama Arsenio? – Oleg intervino sarcástico. Yo estuve anoche en un club… Había unas carajitas…, tentadoras y seductoras. —

– Ok. Katya, ahorita no tengo tiempo. Te llamo más tarde. – Corté la llamada no fuera que descubriera algo falso en mi voz.

Con una mirada indiferente observГ© el ritual acostumbrado. Golikov colocГі el portafolio de cuero sobre la mesa, se quitГі la chaqueta y la colocГі, con cuidado, en el respaldar de la silla. De un paquete de lavanderГ­a sacГі una camisa limpia. Se quito la del dГ­a anterior y se cambiГі. El nudo de la corbata lo dejГі flojo y subiГі los puГ±os de sus mangas, justo lo suficiente, para que se viera el reloj В«de marcaВ». Por la crucecita de caballerГ­a en la esfera y en el portafolio, el conocedor podГ­a determinar que ambos accesorios pertenecГ­an aВ la casa suiza y costosa В«Vacheron ConstantinВ».

– Pasó algo? Por el teléfono hablaste de problemas, – preguntó Oleg, sacando del portafolio un paquete de manzanas verdes.

Habiendo decidido dejar de fumar, las compraba todas las mañanas. Cambió los cigarrillos por manzanas según un consejo de una revista de moda. – «Vitamina en vez de nicotina», – bromeaba. El ritual ya tenía un año de cumplirse, pero la ración diaria de manzanas había disminuido bastante.

– Eso fue para mi esposa, – sacudí la mano para no explicar más.

– No puedo creer lo que dices. Eres un mentiroso, Yury Andreevich. ¿No te habrás conseguido una modelo de piernas largas como nuestro presidente Radkevich? Su esposa se la pasa en el extranjero, pero aquí, él no pierde el tiempo. ¿Viste la hembra que tiene? Agarra ahí —

Oleg me lanzГі una manzana. El lanzamiento era parte del ritual, pero hoy estaba atontado y no atajГ© la manzana. Esta me pegГі en el pecho, se cayГі y rodГі por el piso.

– No la he visto, ni quiero verla, – mascullé, y levanté la manzana.

– Pero esa carajita yo no la rechazaría. En cualquier momento se la quito al presidente. – Un mordisco hizo crujir la jugosa fruta, masticó y se sonrió, soñadoramente. – Quizás me levante algo mejor. —

Yo no quise seguir esa conversaciГіn vacГ­a y tratГ© de concentrarme en el trabajo. Fue inГєtil. Pronto me convencГ­ que hoy no podГ­a mejorar ese programa complicado. El dolor anГ­mico no me permitГ­a concentrarme. Me molestaba todo: el zumbido caracterГ­stico de los computadores, el ruido del aire acondicionado, el chirrido de las sillas y hasta la manzana mordida que caГ­a en mi campo de visiГіn.

Yo me dediquГ© aВ una tarea rutinaria, las que normalmente hacГ­a Golikov. ComprobaciГіn de canales de comunicaciГіn, anГЎlisis de cifras del momento, bГєsqueda de operaciones dudosas. TratГ© de ocupar el cerebro en algo para apartar las ideas autodestructivas sobre la tragedia familiar. Poco aВ poco los problemas tГ©cnicos llevaron lo otro aВ un segundo plano. De repente una discrepancia cayГі en mis ojos.

En voz alta comentГ© lo que vi en el monitor:

– Un error. A los terminales llegó una cantidad y en la cuenta hay una suma menor. —

– Donde? – preguntó Golikov, arrastrando su sillón hacia mí. – Ah, ¿eso? No es ningún error, ahorita lo arreglo. Muévete. —

– Que estás haciendo? – Fruncí el ceño cuando vi como Oleg hacía cambios en la tabla de las transacciones bancarias.

– Mi trabajo. Meto el coeficiente corrector secreto, de acuerdo a las instrucciones del presidente. Así. Ahora las sumas en las cuentas coinciden y no hay que hacer ninguna comprobación. —

– Algo de ese coeficiente como que no entendí. —

Golikov se sonriГі.

– Yury Andreevich, no seas ingenuo. Para que crees tú que Radkevich puso esos dudosos terminales de «Jupiter pago» si nosotros ya tenemos cajeros automáticos.

– Expansión del negocio. —

– Claro. Pero, ¿cuál negocio? – Los ojos de Oleg brillaron con malicia y bajó la voz: – Por los terminales hay una comisión no contabilizada. El presidente me baja el porcentaje apropiado y yo ajusto la contabilidad para que todo salga bonito. —

– Y por qué a mí no me dijeron nada? —

– Porque tú eres muy recto y yo soy flexible. – Golikov sonrió condescendiente e hinchó su pecho. – Para que te metiste en eso?, esta no es tu zona. —

Me agarrГ© la cabeza con ambas manos y, recordando aВ mi hija, le dije:

– Déjame tranquilo. —

– Tuviste una pelea ayer? – Oleg dijo, compasivo. – Sal. Relájate. Tómate un café fuerte. Te puedo dar una aspirina. —

– No quiero nada! – grité y, entonces agarré la manzana mordida y la lancé al bote de basura.

Después de ver el lanzamiento, la papelera volcada y la fruta por el suelo, Golikov comentó: – Tú eres un basquetbolista malo. —

MoviГі la cabeza y fue aВ corregir las consecuencias del lanzamiento errado. Yo me quedГ© solo con mis malos pensamientos sintiГ©ndome peor que nunca. La vida y el trabajo me mostraron, de un trancazo, su lado desagradable. Largo rato estuve sin tocar el teclado y el monitor se apagГі. El espejo negro del monitor me mostrГі mi rostro endurecido y los contornos oscuros de la oficina, como si el mundo y yo hubiГ©ramos caГ­do en la penumbra. Ya fue insoportable mirar esa pantalla negra.

GolpeГ© algunas clavijas y en la ventanita que apareciГі en el monitor puse mi clave y abrГ­ las tablas de movimientos por cuentas. HabГ­a que hacer algo para que esas ideas opresivas no me afectaran mГЎs. Mi memoria visual recordaba los nГєmeros perfectamente. Al fin y al cabo, yo soy matemГЎtico y no un poeta. El flujo de nГєmeros que correspondГ­an aВ cantidades de dinero, me metiГі en un embudo mental obligГЎndome aВ compararlas y analizarlas. AВ la hora yo habГ­a encontrado toda una serie de operaciones dudosas.

– Otros errores. Algo no está bien, – mascullé y copié las sumas de dinero y los números de cuenta en un archivo separado.

– Que pasó ahora? – Golikov expresó su desagrado y se acercó hacia mí, dudoso.

ImprimГ­ la hoja y le expliquГ©:

– Mira. En las relaciones diarias están las transferencias, pero en el resultado final del mes, no. —

Oleg empujГі su silla con rueditas y se acercГі aВ mГ­. Su mirada era punzante e irГіnica. Hizo sonar sus dedos cerca de mis oГ­dos, como si me hubiera quedado dormido, para despertarme.

– Epa, idealista, despiértate! Piensa: ¿con que estamos trabajando? ¿Débitos-créditos? Esos se manejan fácilmente. Nosotros no somos el Banco Central en quien todo el mundo confía. Radkevich escogió otro nicho para el negocio.

– Tomar el dinero y hacernos los locos? —

– Hasta ahí no hemos llegado. Nuestro banco presta servicios de un tipo particular. —

– Cuales? —

– En dos palabras: el dinero ilegal hay que lavarlo, los funcionarios corruptos tienen que cobrar los sobornos y ponerlos en cuentas off shore. ¿Hay una necesidad? Habrá una sugerencia. —

– Cobrar y esconder. —

– Por fin se comprendió. —

Me sentГ­ insultado:

– Hace meses trabajo en programas con obstáculos para ladronzuelos, y ahora esto… —

– Pero que te pasa? – Oleg empezó a disgustarse. – No eres el mismo de antes. —

– Algo sucedió. —

– Que? —

Yo no querГ­a hablar de mi hija. Para una persona ajena era solo una informaciГіn curiosa, pero para mГ­ era un dolor constante.

– Esto sucedió! – Golpeé, con la palma de la mano, la página impresa.

Con aspecto sombrГ­o, Golikov me mirГі fijamente, como si me viera por primera vez. Desafiante, le respondГ­ su pregunta silenciosa:

– Que? ¿No te gusto? —

– Olvídalo. —

Oleg tomГі de debajo de mi mano la hoja de papel con los nГєmeros de cuenta, volviГі aВ su mesa y, concentrado, mordiГі su manzana. Inclusive su espalda expresaba desdГ©n. TirГі el pedazo de manzana como si fuera una colilla de cigarrillo y saliГі de la oficina.

«Va a chismear», – pensé, indiferente.

Pasados veinte minutos, yo me reГ­ de mi perspicacidad: me llamaron desde donde Radkevich.

El camino aВ la oficina del director no tomaba mucho tiempo. Solo subir un piso.

– Ah, eres tú, Yury. Entra. – El propietario del banco me saludo particularmente amistoso.

Radkevich no me propuso sentarme, Г©l mismo saliГі de detrГЎs de su mesa para recibirme. Г‰l es un poco mayor que yo. Yo sabГ­a que su primera fortuna la habГ­a hecho traficando alcohol clandestino. Ese negocio riesgoso templГі su carГЎcter, le dio seguridad, pero le destrozГі sus nervios. Estos Гєltimos aГ±os Boris Mikhailovich Radkevich se habГ­a concentrado en el negocio bancario, menos ganancioso, pero respetable y cГіmodo. Ahora Г©l podГ­a apartar mucho tiempo para su pasiГіn principal: los caballos de raza. DecГ­an que Г©l tiene unas caballerizas en alguna parte fuera de la ciudad. La expresiГіn de la cara del banquero cambiaba levemente, dependiendo de las situaciones. Estaba acostumbrado aВ dar Гіrdenes aВ sus subordinados y expresar un respeto reservado aВ los mГЎs fuertes de su mundo.

Viendo al presidente, me convencГ­ una vez mГЎs, de aВ quiГ©n quiere parecerse Golikov. Trajes, zapatos, reloj, automГіvil de marca. Solo que los de Radkevich si eran de verdad, y se actualizaban mГЎs frecuentemente.

En las paredes de la amplia oficina habГ­a colgadas, fotografГ­as de caballos. FotografГ­as de estilo, en blanco y negro, impresas en tela.

– Bellos animales. – Radkevich se detuvo al lado de uno de los cuadros. – A los caballos los aman y los valoran, les crean condiciones tales, que lo pueden envidiar muchos animales de dos patas. —

Radkevich se sonriГі de su chiste sardГіnico, pasГі su mirada aВ mi persona y se ensombreciГі.

– Pero todo semental, inclusive el más costoso y espléndido, tiene su dueño. Y este decide cual va a montarse y cual va a tirar de una carreta. —

– Yo no supe que responder. El presidente hizo una pausa y entonces señaló al siguiente cuadro:

– Mira que trío tan expresivo. Animales mágicos. Se siente la potencia, la velocidad, parecen que fueran una unidad. Y mira esta pequeña cosa al lado del ojo. Es una gríngola. Es una cosa muy útil, el caballo solo ve hacia adelante y no se distrae hacia los lados. Si uno necesita doblar, el jinete le indica la dirección con un golpe de fuete. ¿Tú comprendes a que me refiero?

Yo ya habГ­a entendido, sin embargo, respondГ­:

– A mí me gustan más los caballos de fuerza bajo el capot. —

La mirada de Radkevich se congelГі.

– Tú eres un buen especialista, Yury. Te valoro y te creo buenas condiciones. ¿No es así? —

Me sentГ­ obligado aВ asentir. Fue Г©l quien habГ­a autorizado mis crГ©ditos para la nueva casa y el auto. Y no era ofensivo con el salario.

Radkevich sonriГі y me dio unas palmadas en el hombro.

– Te voy a dar un consejo. Dedícate a lo tuyo y no mires para los lados. Radkevich sacó de su bolsillo la página que yo había impreso con las tablas de las cantidades dudosas y, expresivamente, la rompió en pedacitos. – Nos estamos entendiendo? —

Otra vez asentГ­.

– Una cosa más. – Radkevich decidió regañarme. – Ponte una camisa limpia en la mañana. Eso mejora tu ánimo y el de los que te rodean.

Que fГЎcil es dar consejos. Si esta receta funcionara me cambiarГ­a la camisa cada hora.




3


Temprano en la noche lleguГ© aВ mi casa y me sentГ­a como un escolar culpable de haber sido reprobado en un examen y sin decirle aВ los padres. Me movГ­a torpemente, evitaba la mirada directa de mi esposa y simulaba estar cansado. DespuГ©s del desorden que habГ­a el dГ­a anterior en la casa, la sala y la cocina resplandecГ­an del arreglo hecho. Katya trabajГі excelentemente con las cajas y la envidiГ©: tenГ­a algo aВ que dedicarse.

– Por fin llegaste. ¿Por qué tardaste tanto? – me encontró en la cocina y estaba preocupada. Se secó las manos, apartó un mechón de cabellos de su frente y le bajó el volumen al televisor con el control remoto. – Y Yulia está críptica. La he llamado varias veces y ella me envía mensajes. —

– Que escribe? – pregunté y mi voz falsa me asustó.

Pero Katya no me oyГі. Con una mano tomГі el telГ©fono de la mesa y los dedos de la otra se movieron, negligentemente, hacia la estufa.

– Yo ya cené. Tú, sírvete lo que quieras. —

Ella marcГі el nГєmero de telГ©fono de nuestra hija, se tensГі por la espera y en su frente lisa apareciГі una arruga de preocupaciГіn. Inesperadamente, junto con los timbres de respuesta en su telГ©fono, ella oyГі los repiques en el bolsillo de mis pantalones. Su ceja derecha se moviГі hacia arriba y su mirada interrogante se clavГі en mi rostro avergonzado.

ВЎMira que idiota! Como se me pudo olvidar quitarle el sonido. Ya no podГ­a hacer nada, bajГ© la cabeza y puse el celular blanco en la mesa, el cual le habГ­amos regalado aВ Yulia hacГ­a poco en su cumpleaГ±os.

Hubo que confesar:

– Yulia no puede hablar. Fui yo quien te escribía. —

DespuГ©s del trabajo fui de nuevo al hospital. Mi hija habГ­a recuperado la conciencia, estaba atiborrada de analgГ©sicos y sus encantadores ojos, los cuales amaban los fotГіgrafos, habГ­an envejecido diez aГ±os. Y lo peor era que en vez de una excitante languidez en ellos lo que habГ­a era una oscura desesperaciГіn.

– Quien te hizo eso? – Con un nudo en la garganta le pregunté.

Ella no podГ­a hablar ni mover la cabeza. Impotente, lo Гєnico que pudo hacer fue batir los pГЎrpados: no sГ©. Y llorГі. Le apretГ© la mano y tampoco pude aguantar las lГЎgrimas. No sabГ­a como consolarla, el temblor de mi voz y mi aspecto desolado solo la descompondrГ­an.

– Aguanta. – le dije, pero enseguida le agradecí a la enfermera que me estaba sacando de la recámara.

Cuando vio el telГ©fono de la hija en mis manos, Katya, lentamente, se sentГі. Su mirada concentrada me atravesГі de tal manera que yo me sentГ­ como una persona desconocida.

– ¿Qué pasa? – preguntó ella.

Dolorosamente, escogГ­ las palabras:

– Todo está en orden. Casi. Lo peor ya pasó. Yulia está en el hospital, pero no te preocupes. —

– Que sucedió? —

Me costГі mucho trabajo contarle todo y que Katya no se desmayara. Y despuГ©s me costГі mГЎs trabajo mantenerla en la casa y tranquilizarla.

– Ahorita no es el momento, no nos van a dejar entrar. Yulia está durmiendo. Esperemos hasta mañana. – Insistí. Katya lloraba en mi hombro.

Al dГ­a siguiente fuimos juntos al hospital. Katya se dirigiГі hacia nuestra hija enseguida. AВ mГ­ me detuvo en el pasillo un preocupado David Guelashvili

– El cirujano habló en voz baja, pero sin admitir objeciones.

– Déjela que vaya sola. Usted y yo tenemos que hablar. —

– Yo la tranquilicé como pude. Tiene siete meses de embarazo y lloró toda la noche. ¿Puede ser que alguien la acompañe? – Traté de desprenderme.

– Por eso no se preocupe, tenemos personal experimentado. – El médico llamó a una enfermera, le dio instrucciones y a mí me condujo a su oficina. Puso un vaso con agua frente a mí, se sentó al otro lado del escritorio y cruzó las manos. – Le tengo dos noticias. —

– Una mala y una buena? Primero, la buena, – Me animé a decir, presintiendo algo negativo. – Una mala, usted sabe, después de lo de ayer… —

– Su hija está estabilizada y no está en peligro de muerte. Pero para el completo restablecimiento del organismo se necesitan donantes de tejido y operaciones muy costosas. Si quiere un consejo, eso es mejor hacerlo en Alemania. Aquí hay buenos cirujanos, no se crea, pero el aspecto jurídico con los donantes de órganos está un poco enredado y quizás haya que esperar mucho tiempo. —

– Entiendo, entiendo… ¿Y de cuánto dinero estamos hablando? —

– Yo voy a preparar los documentos médicos necesarios y los enviaré a la clínica alemana. Veremos que responden. —

– De todos modos. Usted debe tener las cifras. —

– Desgraciadamente, está lastimado todo el tracto gastrointestinal. Se necesitará más de una operación. Creo que la suma debe estar entre los ciento cincuenta y doscientos mil euros. – El cirujano calló. – En nuestro hospital existe una fundación benéfica. El fondo está limitado y hay muchos que están esperando por trasplantes. Yo, en su lugar, me apuraría. —

Comprensivo, yo asentГ­:

– Si, claro. Yo trabajo en un banco, pediré otro crédito. No veinte, sino treinta años trabajaré para el dueño. —

Guelashvili apretГі los labios y me mirГі por encima de sus lentes, como si yo hubiera dicho una tonterГ­a.

– Hay otra cosa, – dijo.

– Una mala noticia? – Recordé el comienzo de la conversación y traté de bromear: – Si un cometa choca contra la tierra… —

Yo me cortГ© ante la mirada no divertida de Guelashvili.

– Usted donó sangre ayer. Nosotros la examinamos y … – El médico abrió una carpeta para consultar el resultado del análisis, como si el diagnóstico pudiera cambiar. – A usted se le encontró el virus VIH. —

Se hizo una pausa larga. Yo no comprendí, inmediatamente, que se trataba de mí. Hasta ahora solo habíamos hablado de la situación de mi hija. Esta desgracia puede repercutir en mi esposa embarazada, pero yo… Yo soy un tipo, yo puedo aguantar. Canas y angustias mentales no molestarán. Lo único importante es que Yulia se recupere y el embarazo de Katya llegue a buen término. ¿De que estamos hablando? ¿Escuché mal?

– Usted dijo: VIH? —

– Virus de Inmunodeficiencia Humana, – claro y pausado, dijo el médico.

– Yo tengo ese VIH? —

– El virus fue captado en su sangre. Por supuesto, haremos un examen de comprobación, pero yo estaba obligado a advertirle desde ya. —

– No, no es posible. Yo no soy un drogadicto… Yo soy un padre de familia. – Mis ideas se revolvieron. Yo vine por un problema, ahora me desconciertan con otro, completamente diferente. – No entiendo, no entiendo nada. —

– Beba agua. —

Obedientemente vaciГ© el vaso y mirГ© al doctor. Yo no habГ­a escuchado mal, esto no era un sueГ±o ni un chiste. Ante mГ­ estaba el mismo mГ©dico, en la mesa el resultado del anГЎlisis donde estaba mi apellido. AhГ­ estaba escrito que yo estaba mortalmente enfermo. ВїCuГЎles veinte, treinta aГ±os? Todos los planes se fueron paМЃl carajo. No llego ni al aГ±o que viene. ВїY cГіmo voy aВ vivir yo ahora? Me encogГ­, me sentГ­a como un monstruo, aВ quien todos evitan.

El mГ©dico se inclinГі hacia mГ­ desde su lado de la mesa, me mirГі aВ los ojos y me dijo, suavemente:

– No entre en pánico, concéntrese en su respiración. Inhalar-exhalar, inhalar-exhalar. Y cuente: uno-dos, uno-dos… —

Poco aВ poco se me fue aclarando la mente. PreguntГ©:

– VIH, eso es SIDA? —

– No, no… – Guelashvili se recostó del espaldar de su asiento. Lo más desagradable ya lo había comunicado. A él volvió la convicción profesional. – El VIH es una infección crónica que se desarrolla lentamente. Por regla general, bajo tratamiento, se puede controlar por años. Todo depende del modo de vida y el seguimiento riguroso de los medicamentos. En ese período la persona infectada se siente bien, se ve saludable y, frecuentemente, ni siquiera adivinas su problema. ¿A propósito, cuando se hizo el examen de sangre la última vez? —

– No recuerdo. Hace tiempo. —

– El virus no aparece enseguida. A los tres meses, a veces hasta los seis meses después del contagio. —

– Y ¿cómo? ¿Como pude contagiarme? —

– El VIH pasa de persona a persona. Ante todo, por el tracto genital durante los contactos sexuales no protegidos. O a través de la sangre: aplicación de drogas intravenosas con una aguja infectada, inyecciones, transfusiones de sangre… —

– Espere. ¿Y mi sangre? ¿La transfirieron a mi hija? – Yo salté para correr adonde Yulia.

– No, como se le ocurre. Para eso existen las pruebas. Siéntese y tranquilícese. Ahora usted debe analizarse y recordar como pudo haberse contagiado. Y, por supuesto, cambiar de raíz su comportamiento, para no ser una fuente de propagación de la infección. —

– Katya. Mi esposa. – Reaccioné.

– Ella está embarazada. A todas las embarazadas se le hace prueba de VIH. Esperemos que no…, claro, hay un período escondido. Yo me encargo de hacerle las pruebas. —

– Pero coño! ¿Por qué yo? ¿Que hice? – Puse las dos manos en mi cabeza. – Sin tiempo para nada. ¿Cuánto me queda? —

– Usted no está enfermo todavía, solo tiene el virus en la sangre. —

– Pero el SIDA no se cura. —

– No entre en pánico. Usted no tiene SIDA. —

– No comprendo. Usted me estaba hablando del VIH. —

– Entienda una cosa sencilla. – El doctor se puso pedagogo. – A usted se le detectó un virus, el cual, su organismo todavía controla. El SIDA es el estado final del desarrollo de la infección VIH. Él no aparece rápido. Eso depende de muchos factores. Le voy a dar un folleto. Ahí está explicado de manera muy sencilla. —

TomГ© el folleto y leГ­ el tГ­tulo: В«Con el VIH se puede vivirВ», pero ahГ­ enseguida, lo doblГ© y lo guardГ©. AВ pesar del tГ­tulo tranquilizante, me asustГі.

– Por ahora no me haré el análisis de sangre de comprobación y no le diga a Katya, por favor. —

– Por ley, esa información es estrictamente confidencial. No tengo derecho de comunicarle a nadie su status de VIH infectado: ni a su esposa, ni a sus familiares, ni a amigos, ni a colegas. Usted es quien tiene que actuar en ese sentido. —

RecordГ© las palabras de Guelashvili en el primer encuentro: un paso aВ un lado y te caes. Yo sentГ­ que el suelo desaparecГ­a bajo mis pies. Yazgo en el abismo.

– Bueno… – De repente tenía al cirujano a mi lado. Me sacudió por los hombros e hizo detener el mareo que yo sentía. – Tómese este par de tabletas. —

– Que, ¿ya comenzamos? —

– Tómeselas tranquilo. – El médico lleno un vaso con agua y me dio las dos píldoras. – Este schock es normal. Usted todavía se está forzando. Tome un par de días libres en el trabajo. —

– Pero entonces, todos sabrán que me pasa algo. —

– Ok. Continúe a trabajar. Viva como si no pasara nada. Si siente sensación de pánico, respire como le dije. —

– Es todo? —

– Por ahora sí. Eso funciona. —

El médico se puso a hablar caminando por el corredor: de la batería de exámenes, de los análisis complementarios, de la escogencia de medicinas, mientras yo contaba las inhalaciones y exhalaciones: uno-dos, uno-dos… Algo no me permitía pasar de dos. Hasta mis queridos números me abandonaban.




4


La enfermera trajo aВ una decaГ­da Katya aВ la oficina. Yo me apurГ© aВ abrazar aВ mi mujer que sollozaba, solo para que ella no notara el miedo en mis ojos. Pero Katya estaba extremadamente deprimida y solo pensaba en la hija. Con esperanza ella miraba al mГ©dico y este la tranquilizaba prometiГ©ndole hacer todo lo posible. Guelashvili mencionГі algo sobre la curaciГіn en Alemania y le dijo que ya habГ­a discutido los detalles conmigo. Con mi mejor rostro, yo asentГ­ hacia Katya, mostrando con la mirada, que todo estarГ­a en orden. Ella creyГі, no en mis gestos infantiles, sino en su intuiciГіn maternal.

Yo llevГ© aВ Katya al auto y me puse al volante. Cuando Г­bamos al hospital, de antemano yo sabГ­a que ella no podГ­a conducir, pero yo no podГ­a suponer que yo mismo estaba cerca de un schock.

– Pero que fue? ¿Por qué? – De vez en cuando Katya se decía a sí misma. – Como vamos a vivir ahora? —

Esas mismas preguntas me atormentaban, pero si mi esposa pensaba exclusivamente en su hija, yo me las dirigГ­a aВ mГ­ mismo.

– La van a curar, conseguiré el dinero, – murmuré, pero me di cuenta que poco convincentes sonaron mis palabras.

– Yo daría todo, con tal de que Yulia… – Katya se cortó y se puso a llorar.

AВ mГ­ tambiГ©n se me salГ­an las lГЎgrimas, pero pude contenerme. Inhalar-exhalar. Uno-dos.

DejГ© aВ mi esposa en casa y me fui al trabajo. Entrando al banco, me sentГ­ encogido. Me pareciГі que todos me miraban de manera distinta y que, aВ propГіsito, se apartaban como de un leproso. ВїSerГЎ posible que ya tenga escrito en el rostro que estoy mortalmente enfermo?

– Grisov, te ves mal, – Oleg Golikov confirmó la sospecha. – Ayer llegaste primero que todos, hoy estás retrasado. ¿Alguna vez miras el reloj?

Sin esperar respuesta, ironizГі:

– La gente feliz no mira el reloj. ¡Ataja! —

Oleg me lanzГі la manzana cotidiana, pero yo, oprimido por esos pensamientos horrorosos, no reaccionГ© en absoluto. La manzana golpeГі el teclado, hizo iluminarse el monitor y rodГі por el suelo. Y cada golpe harГ­a aparecer, aВ los dos dГ­as, una marca fea en la superficie del bello fruto, lo cual serГ­a el comienzo del daГ±o en la fruta. Eso trajo asociaciones horribles aВ mi mente y yo ya me veГ­a con daГ±os en mi organismo.

– Un asunto malo, – Golikov comentó sombríamente y clavó su mirada en el monitor. Viendo que yo continuaba postrado, involuntariamente murmuró: – Si, tenemos un problema. —

Yo no me movГ­a, y entonces Golikov subiГі laВ voz:

– ¿Me estás escuchando, Yury Andreevich? —

– Que pasa? – reaccioné.

– Hay que chequear la interfase de los cajeros automáticos, temprano hubo una falla incomprensible, – respondió Oleg y volteándose no quiso explicar más.

Yo entrГ© en la red interna del banco, leГ­ los correos, vi los cГіdigos de errores y tratГ© de concentrarme en el trabajo. Sin embargo, mi mente estaba completamente llena de preguntas desagradables. ВїCuГЎndo me contagiГ©? Y, Вїde quiГ©n? ВїCuГЎnto tiempo me quedaba de vida? Y de repente me entrГі una esperanza: Вїy si otro examen daba negativo? Dios mГ­o, que estГ© sano. Me pondrГ­a aВ rezar, aunque nunca lo he hecho.

Si ese estado de ГЎnimo se ponГ­a insoportable, me concentraba en la respiraciГіn. Este mГ©todo me ayudaba aВ apartar la inquietud. AВ quitarme mis propios terrores, meterme en el trabajo. Mis dedos comenzaron aВ recorrer el teclado, conseguГ­a cliquear en los comandos. Pero la frГЎgil tranquilidad enseguida se rompГ­a por la preocupaciГіn por la hija. Su curaciГіn va aВ ser larga, y se va aВ necesitar mucho dinero, el cual solo puedo conseguir yo. Y, si de repente, mi enfermedad se desarrolla rГЎpidamente y me tumba el SIDA. ВїQuГ© pasarГЎ con Yulia, con Katya y con nuestro hijo no nacido todavГ­a?

Inesperadamente alguien me tocГі el hombro. Yo volteГ© y vi el rostro estupefacto de Oleg. TocГі con su dedo mi monitor en los sobrecitos rojos intermitentes de las comunicaciones urgentes.

– ¿Qué te pasa Grisov? ¿Tú no lees los correos internos? El flujo de quejas colapsó el servicio de atención al cliente. Se bloquearon todos nuestros cajeros automáticos. ¡Todos! —

– Justamente me estoy dando cuenta de eso. – Vi el programa abierto y me sorprendió. Yo había cambiado algunas instrucciones en el programa, las había corregido, pero no recordaba, exactamente, que era.

– Mira, ¡lee! Nuestros colectores no pueden recoger los recibos, las tarjetas de acceso no funcionan. —

– Las tarjetas de acceso, – repetí como un eco y abrí la gaveta del escritorio para buscar la tarjeta plástica especial con la cual se puede recoger y testear todos los sistemas de los cajeros automáticos.

– Déjame ver. – Golikov me separó del monitor y comenzó a cliquear el teclado. Aquí está el error. Tú sobrecargaste el programa y ahí empezaron los fallos. ¿Qué cambios le hiciste? —

– Yo? Creo que ninguno. —

Yo, inГєtil, le daba vueltas en mis manos aВ la tarjeta plГЎstica.

– ¿Crees? ¡Mira! De tú computadora salió el cambio. —

– No me acuerdo. – Dije sinceramente.

– Pero lo sabes. – Oleg sacudió la cabeza en desaprobación.

En mi mesa repicaba el telГ©fono de servicio. El indicador mostraba el nГєmero В«1В» lo que querГ­a decir que llamaba el propio dueГ±o del banco. SentГ­ nГЎuseas. Ya tenГ­a varias horas poniГ©ndole atenciГіn aВ mi organismo en busca de alguna reacciГіn hipocondrГ­aca y mi organismo respondiГі aВ la espera provocadora. De mi estГіmago venГ­a el vГіmito y salГ­ corriendo al baГ±o.

Golikov me acompaГ±Гі con la mirada asombrada y, cuidadosamente, levantГі el auricular.

– ¿Que pasa Grisov? ¿Qué mierda están haciendo? – Nuestro presidente Radkevich no escatimaba las groserías.

– No es Grisov, es Golikov. —

– Donde está tu jefe? ¿Porque no me responde el teléfono? ¿Qué pasa ahí? Los cajeros automáticos no están funcionando. —

– Boris Mikhailovich, la falla fue por culpa de Grisov, —

– ¡Eso no fue una falla, lo hicieron a propósito! Tengo pérdidas y ustedes no hacen un coño. —

– No es mi culpa, por mi trabajo respondo yo. Pero Yury Andreevich…

– Que estás queriendo decir? Habla claro. —

– Él sobrecargó el programa de control de los cajeros. Después de eso empezaron las fallas. —

– Por qué? ¿Fue un error? —

Golikov comprendiГі que ahГ­ le surgiГі una oportunidad. No es pecado utilizar el error de su superior, si eso lo hace ocupar su sitio. Г‰l hablГі rГЎpidamente, bajando la voz y mirando, atentamente, la puerta:

– Boris Mikhailovich, temo por Grisov. No está bien de la azotea. Literalmente. Ayer llegó pálido, medio ido, y hoy está igual. Le pregunté cuales cambios había hecho en el programa y él lo no recuerda. Realmente no lo recuerda, los ojos vacíos. Tengo la impresión de que a Grisov le empieza a patinar el coco. Véalo usted mismo. Él podría hacer algo. —

– Ya lo hizo. ¿Puedes arreglar eso? —

– Puedo tratar. —

– Trata. Habla con otros empleados y le dices a Grisov que venga a hablar conmigo, inmediatamente.

Cuando volvГ­ del baГ±o, en un estado horrible, encontrГ© al colega en mi puesto de trabajo. Oleg, sin separarse del monitor, me informГі:

– Radkevich te llama. Que vayas ya. —

– Justamente, yo también quería hablar con él, – murmuré yo, sumergido en mis problemas.

Tan pronto entrГ© en la oficina del presidente, Radkevich me lanzГі una mirada irritada y frunciГі el ceГ±o con disgusto aВ la vista del pГЎlido y desvencijado empleado.

– ¿En qué estás pensando, Grisov? —

– Quería hablar con usted. Necesito un préstamo. —

– Préstamo? —

– Doscientos mil euros. Mi hija… Aunque sean ciento cincuenta. —

– Que? – Radkevich saltó de su asiento. – Respóndeme una pregunta: ¿tú actualizaste hoy el programa de control de los cajeros automáticos? —

– Mire… – Yo me enredé.

– Que hay que mirar? A mí me dijeron que por tu culpa perdí plata. Y eres tan insolente que vienes a pedirme dinero. No, ¡no es una simple insolencia, es una burla! —

– Disculpe, a mí hoy… —

– A mí no importa que te pasó hoy! Ayer hablamos, aparentemente estuviste de acuerdo y entonces, hoy me saboteas. —

– No. —

– Eso no te lo acepto! —

– Trataré… —

Con desprecio, Radkevich me mirГі aВ la cara.

– Estás drogado? —

– Dos pastillitas nada más, tranquilizantes. – Respondí, pero me arrepentí de haberlo hecho.

– Pastillitas, o sea… – El banquero sacudió la cabeza y movió la mano como espantando algo. – No me toques más la computadora. Estás libre. Completamente libre. Estás despedido a partir de hoy, Grisov. —

– Pero como… – Ante mis ojos apareció mi hija enferma, y ante los de Radkevich la suma en el gráfico de las pérdidas.

– Vete! – Gritó.

Yo abandonГ© la oficina como en un sueГ±o. ВїSerГЎ que mi enfermedad se ve en mi rostro? Apenas hoy me entero y ya es una pesadilla. ВїY ahora que va aВ pasar?

En mi sitio de trabajo me recibiГі un cortГ©s y disminuido Golikov.

– Mira viejo, me llamaron para decirme que no te permitiera acercarte a los computadores. Debes recoger tus cosas y… – La mirada de Oleg, elocuentemente, se dirigió hacia la puerta. – Disculpa, es orden de Radkevich.

Y solo en ese momento comprendГ­ lo irreversible. Me estГЎn despidiendo. No voy aВ recibir ningГєn prГ©stamo, y los prГ©stamos viejos no voy aВ poder pagarlos. Nos quitan la casa, el carro, y todo eso, legalmente. Mi hija no tendrГЎ la curaciГіn necesaria, mi esposa me odiarГЎ y serГ© un pobre y enfermo.

Una empleada de la oficina de personal trajo unos papeles para que yo los firmara.

– Yo tengo derecho a una compensación, – le recordé.

– Este no es el caso. – La mujer se sonrió levemente y recogió los documentos.

– Por qué no? En el caso de despido me deben… —

Pero la amable mujer ya habГ­a abandonado la oficina. Golikov habГ­a bloqueado el acceso aВ todos los computadores, excepto el suyo, y se enfrascГі en su trabajo, como si yo no estuviera ahГ­. Me sentГ­ impotente: soy un sobrante, estГЎn botГЎndome. Y en ese momento sentГ­ una gran indignaciГіn. ВЎAh, ВїsГ­?! No tengo nada que perder y pronto muero. Por eso puedo hacer lo que quiera. Por ejemplo, romperle la jeta al presidente.

EscribГ­ en una hoja de papel el salario de tres meses, subГ­ corriendo el piso y entrГ© como una tromba aВ la oficina de Radkevich.

– Hicimos un convenio donde yo tengo una compensación de tres meses de sueldo. – Le puse la hoja de papel en el escritorio y me acerqué al director.

Г‰ste respondiГі suavemente con una sonrisa torcida y sin esconder la burla:

– Métete ese convenio por el trasero. —

Le lancГ© el puГ±etazo por encima del escritorio, pero Radkevich, ГЎgilmente, se cubriГі con la lГЎmpara de mesa. El golpe llegГі aВ la pantalla de mesa y el vidrio se rompiГі, hiriГ©ndome la mano. Cuando vi la sangre en mis nudillos me tranquilicГ©. Mi propia sangre me recordГі el virus incurable que me consumГ­a desde adentro.

– Vete pál carajo, ¡engendro! – gritó el banquero. – Me voy a encargar de que no te contraten en ningún banco. ¡Haz de cuenta de que tienes una etiqueta negra encima! —

La menciГіn de una etiqueta me golpeГі. El VIH es una etiqueta negra con la cual la sociedad estigmatiza aВ los desgraciados.

ComencГ© aВ retirarme. En el camino cayГі en mi mirada la fotografГ­a del trГ­o de caballos la cual utilizГі el dueГ±o de la oficina para mostrar las grГ­ngolas Гєtiles para dirigir al caballo. ArranquГ© el cuadro de la pared y estuve aВ punto de estrellarlo contra el piso, pero en el Гєltimo momento me di cuenta de que los caballitos me caГ­an bien. Entonces salГ­ con el bello poster en las manos.

AВ mi oficina no volvГ­, me fui de una vez hacia la puerta. En la entrada del banco me detuvo el vigilante. El debГ­a comprobar que el funcionario despedido no se llevaba algo valioso y confidencial. En mis manos solo estaba el poster.

– No puedes llevártelo, – negó con la cabeza el vigilante.

– Si claro, yo me salí de la yunta y tú, golpeado con el fuete, recibes tu ración particular de avena. – Le tiré el poster y salí del edificio.

El vigilante, confundido, olvidГі pedirme el pase de entrada.




5


В«Las desgracias no vienen solasВ», recordГ© el infeliz dicho. Se sobreentendГ­a que las desgracias vienen por pares, aunque en mi caso particular, la cuenta continГєa. La tragedia con mi hija, mi propia enfermedad, la preocupaciГіn y ahora esto: el viejo В«PeugeotВ» no quiere prender. Claro, esto es una tonterГ­a en comparaciГіn con lo demГЎs, Вїpero es que acaso necesito mГЎs contratiempos?

Oye Dios, siquiera en las cosas pequeГ±itas, ВЎten piedad! Pero es obvio que el todopoderoso no me escuchaba.

Le di al arranque hasta que la batería se descargó completamente dejé el carro y me fui al metro. La caminata monótona se correspondía bien con el procedimiento del médico: Inhalar-exhalar, uno-dos, inhalar-exhalar… Solo así pude tranquilizar mis nervios destrozados. No estaba apurado, caminé varias estaciones, de vez en cuando me sentaba y descansaba y llegué tarde a casa.

En la entrada de nuestro townhouse, al lado del «Volvo» de mi esposa estaba estacionado un «Ford» policial. «Llegó Sasha[2 - – Sasha: Es el apodo familiar y cariñoso, en Rusia, para aquellos que se llaman Alexander.], pensé.

Mi hermanastro, Alexander Gromov, era capitГЎn de la policГ­a y preferГ­a utilizar el automГіvil de servicio. Mi mamГЎ se casГі primero con el profesor de FГ­sica, Grisov. De ahГ­ nacГ­ yo. DespuГ©s se casГі con el oficial de policГ­a Gromov. De ahГ­ naciГі Sasha. Nuestros padres eran tan diferentes que Sasha y yo no nos parecГ­amos en nada. Yo era el mayor y aВ mГ­ siempre me tuvieron como un alumno aplicado y tranquilo. Mi mamГЎ se enorgullecГ­a de mis Г©xitos en la escuela y siempre me ponГ­a de ejemplo para mi hermano. Sasha era tres aГ±os menor y no mostraba mucho entusiasmo por la escuela, pero se destacaba por la seguridad en si mismo.

– Por fin apareciste! ¿Dónde estabas metido? Ni siquiera respondías el teléfono. – Desde el pórtico me regañó mi hermano. – Estábamos preocupados.

Alexander, su esposa Natasha y Katya se sentaron alrededor de la mesa en la cocina. Las mujeres se veГ­an pГЎlidas y deprimidas. Gromov, como siempre, estaba bullicioso y gesticulando demГЎs. Г‰l llenaba cualquier espacio, sobre todo si estaba bebiendo. HabГ­amos planificado celebrar nuestra nueva casa, pero la vida nos echГі aВ perder los planes. El encuentro resultГі triste.

– El carro se me accidentó, – me justifiqué.

– Siéntate, – Gromov golpeó la mesa a su lado y llenó dos copas de vodka. Se tocó el pecho con el puño y dijo: – Tengo un peso en el alma, hermano. Me imagino como estarás tú. Bebe, te hará bien. —

Г‰l vaciГі la copa de un golpe, con el rabo del ojo vio como Natasha acercaba su copa aВ los labios y, llevando un poco de choucrute aВ su boca, seГ±alГі con un dedo hГєmedo hacia la embarazada Katya:

– A ti, ni se te ocurra. —

Lentamente, vaciГ© mi copa, pero no sentГ­ ni sabor, ni bienestar. Me apretaba el pecho, como si me pusieran tornillos. No querГ­a comer, ni beber.

– Te enteraste de algo? – le pregunté a mi hermano, cuando ya había tragado y alargó el brazo hacia la botella.

– Estamos trabajando en eso. Encuestas, interrogatorios…, todo como se debe. —

– Y entonces? – me empezaban a fastidiar esos pretextos.

– Por ahora sin suerte, como siempre en esas taguaras. Aunque el club «Hongkong» es pretencioso y caro, no tienen cámaras en el interior, para no molestar a los visitantes. Solo tienen una en la entrada. La vigilancia no controla lo que toman ni lo que huelen. Si se ponen exigentes, la gente se les va. —

– Revisaron el bar? —

– Alcohol puyado no hay, porque muchos se hubieran envenenado. Allá todo es simple y de más grados. – Gromov bebió y arrugó la cara, más por el disgusto que por el vodka.

– Cuéntame, – le exigí.

Sasha se inclinГі hacia mГ­, para tratar de hablar en voz baja, pero su susurro fue mГЎs bien teatral y lo escuchГі todo el mundo en la cocina.

– Encontramos una botellita de ácido acético bajo el sillón donde estaba Yulia. No tenía huellas digitales. Si hubiera sido ella misma…, habría tenido las de ella.

– Pero no pudo haber sido ella, – me disgusté. – Quien llevó el ácido? —

– Justamente, cualquiera puede comprar eso en un supermercado. Y en el club todos andan por todos lados. ¿Tú has estado en lugares así? —

– Hace un montón de años que no. —

– Eso es una penumbra, la música a todo volumen, la gente empujándose de un lado a otro, muchos drogados. Tú preguntas, y nadie vio nada, nadie sabe nada. ¿Como cayó Yulia allá? —

– Sabes… – Me callé.

Katya se puso a llorar y Natasha se apuró a llevársela. Gromov hizo una mueca y un gesto incomprensible con las manos: como diciendo, los nervios femeninos no son lo mío. Miró la botella de vodka vacía, la puso en el suelo y sacó una nueva de la nevera. Cuando se sentó de nuevo, golpeó con el pie la botella vacía y esta, con ruido, rodó por el piso. Nosotros no intentamos recogerla…, ¡que ruede lo que le dé la gana!

– ¿Y qué dice Yulia? – preguntó Gromov mientras abría la botella.

– No puede hablar. Tiene un tubo en la garganta. – respondí, apenas aguantando el disgusto.

– Que vaina, – Gromov asintió tranquilamente. Bebió, apretó el puño y lo movió, amenazando al espacio: – Encontraremos al bastardo y lo pondremos preso! Lo importante es que tú aguantes y Katya no haga tonterías. Bueno, tú sabes. —

DespuГ©s de la siguiente copa, el tenedor recorriГі el plato con el resto de la cena y, levantando la voz, el capitГЎn de policГ­a decidiГі cambiar el pesado tema. Puso una mano en mi hombro, aВ lo hermano:

– El «Peugeot» está jodiendo otra vez? Cambia esa carcacha. Cómprate uno bueno. —

Me sonreГ­ y comencГ© el listado:

– Le compré un carro nuevo y seguro a Katya. A crédito. Ella lo necesita. Tenemos veinte años para pagar esta casa. Todavía hay que arreglarla, arriba no tiene divisiones, el niño pronto nacerá y serán más gastos. – Después de eso me sentí molesto, y quité la mano ajena de mi hombro. – No se trata de eso! Yulia está mal, hay que operarla en el exterior. Eso es mucha plata y tú me hablas de un carro nuevo. —

– Que vaina, – Gromov utilizó su expresión preferida. – Pero tú tienes un trabajo excelente y media vida por delante. Tú eres el jefe de tu sección. ¡Jefe! Y yo apenas soy capitán. A esta edad. Si yo fuera el jefe de sección… —

– Si, gran cosa, soy jefe. —

Quise decirle que me habГ­an botado del trabajo, pero aВ Гєltimo momento, me contuve. Mi hermano le contarГ­a aВ su esposa y esta aВ Katya. Esto serГ­a un golpe complementario para la embarazada y ella ya tenГ­a los nervios de punta.

– Y tú sabes como se obtienen los ascensos en la policía? – Sasha ya estaba medio borracho. – Tienes que tener un padrino, o destacarte en un asunto. Como resolver algo grande, agarrar un malandro y que la prensa te hable de eso. —

– Bueno, ¡agárralo! – le espeté, teniendo en cuenta el intento de asesinato de mi hija.

– Estoy trabajando en eso, – Gromov asintió. – En nuestro cuadrante aparecieron unos delincuentes que están robando cajeros automáticos. Te imaginas como hacen: apagan las cámaras. ¿Como? No se sabe. Maltratos visibles, no hay. Los alambres están completos. La cámara no ha sido tapada. Si resuelvo ese asunto, puedo pasar a la dirección «C». «C», de ciberdelincuencia. Allá se gana más. —

– Yo te estoy hablando de Yulia, – me disgusté de verdad.

– Ahí hay un problema. Tampoco hay cintas de video. ¿Como se puede trabajar sin eso? —

– Con el cerebro, con los puños, con la fuerza. – Ya yo estaba arrecho, no solo con la policía, sino contra todo el mundo.

– A propósito de fuerza. Una vez se llevaron todo el cajero, otra, lo abrieron a mandarriazos. —

– Otra vez estás hablando de los ladrones. Para que abrirlos, es suficiente… – Metí la mano en mi bolsillo, toqué la tarjeta de acceso a los sistemas, la cual no me quitaron y se me salió: – Retrasados. —

– No, – Sasha no estuvo de acuerdo. – Cada vez piensan en algo nuevo. Para agarrar a esos tipos hay que actuar rápido, en caliente. A propósito, tú eres el especialista en esos cajeros automáticos, esas cosas electrónicas. Dime, como pueden… —

El repique del celular cortГі la habladera de Gromov. Se puso el aparato al oГ­do y, aВ medida que escuchaba, sus hombros se expandГ­an, sus ojos se abrГ­an irradiando emociГіn. Desde niГ±o yo conocГ­a ese brillo: hacia adelante, tumbando todo, sin pensar.

– Voy para allá! – exclamó hacia la bocina, saltando del lugar.

– Que pasó? – me preocupé.

– Quemaron un cajero automático, y apagaron la cámara otra vez. —

Con paso inseguro, Gromov se dirigiГі aВ la salida, tomГі la chaqueta y sacГі las llaves del carro. TratГ© de detenerlo:

– No puedes manejar, estás borracho. —

– Quien me va a parar? Yo estoy de servicio. —

– Estás loco. —

– Hay que perseguirlos en caliente, si no se van, – estaba inquieto el capitán de la policía.

– Mírate en un espejo. —

Lo empujГ© hacia el espejo de la puerta. De la respiraciГіn etГ­lica se cubriГі de vapor la superficie del espejo.

– Natasha me va a llevar. – dijo, con más sentido común.

– Vamos, te llevaré yo, – le propuse, ya que solo me había tomado una copa de vodka.

Yo no querГ­a quedarme solo con Katya. QuizГЎs se darГ­a cuenta de mi ГЎnimo abatido y empezarГ­a aВ preguntarme y yo tendrГ­a que mentir y escabullirme. Mejor volver cuando ella estuviera durmiendo.

– Ok. ¡Vamos! – Sasha me palmoteó el hombro. – Como tú eres el técnico, verás las benditas cámaras y sabrás. Tú eres el experto. Las mujeres… Natasha se irá en taxi.




6


Durante los primeros minutos de manejo del В«FordВ» policial, sentГ­ cierta rigidez en mi cuerpo. Me molestaban el radar, colocado sobre el panel de instrumentos, el radio portГЎtil aВ mi derecha, el monitor extra en el centro y un montГіn de botones incomprensibles en la direcciГіn.

Gromov, impaciente e inquieto en el puesto del pasajero, hacГ­a comentarios:

– ¿Qué te pasa, acaso crees que llevas a tu esposa embarazada? Prende las luces del techo y dale gasolina. —

– Donde está? —

– Aquí! Y la sirena no está demás. —

El capitГЎn pisГі unos botones, sobre el techo del carro se prendieron unas luces roji-amarillas intermitentes y empezГі aВ sonar la sirena. La mГєsica lumГ­nica de la policГ­a golpeaba los nervios, divertГ­a el amor propio y ayudaba aВ ir aВ mГЎs velocidad ya que los otros carros se apartaban rГЎpido. Sasha indicaba el camino e insistГ­a en ignorar los semГЎforos. Yo sentГ­a una rara sensaciГіn y por primera vez en mi vida, abiertamente, infringГ­a la ley. Iba al volante como embriagado, subГ­a la velocidad, me comГ­a la luz roja, pero no sentГ­a ningГєn reproche de conciencia. Al contrario, las adversidades que me abrumaban desde hacГ­a dos dГ­as, pasaron aВ un segundo plano y yo me sentГ­a un poquitico mejor.

DespuГ©s que pasГі el cosquilleo de los nervios por la carrera (lo digo por mГ­, mi hermano como si nada), llegamos aВ una calle ancha vacГ­a, donde se construГ­a una gran urbanizaciГіn. El cajero automГЎtico que trataron de robar estaba en el vestГ­bulo de una agencia bancaria cerrada. Encontrar el lugar del crimen no fue dificultoso, ya ahГ­ habГ­a una buena cantidad de carros de bomberos y policГ­as.

Gromov saltГі del carro apenas me detuve y, aВ grandes pasoso, se dirigiГі hacia el banco, haciГ©ndole seГ±as aВ un teniente que sobresalГ­a.

– Petujov, reporta. —

El flaco teniente se acercГі al capitГЎn y empezГі aВ hablar atropelladamente:

– Camarada capitán, durante el transcurso de las acciones operativas que … —

– ¡Resume, Petujov! —

– Los ladrones apagaron la cámara, inyectaron gas en el cajero, se escondieron tras la puerta y le pegaron candela. – El teniente señaló un cilindro vacío en el techo del banco.

– Se disparó hasta allá? —

– Lo hubiera visto! —

Me dio curiosidad y me acerquГ©. El lugar, con los vidrios rotos, olГ­a quemado y el cajero se veГ­a bastante daГ±ado. Los pedazos de billetes quemados nadaban en un charco espumoso.

– Se llevaron el dinero, – Gromov sacudió la cabeza y, en voz alta, preguntó a Petujov. – Hay testigos? —

– Los vecinos vieron una furgoneta blanca alejándose, – puntualizó el teniente.

– En cual dirección? —

– Aquí hay un solo camino, – el teniente mostró con la mano. – Hacia el otro lado es calle ciega, por la construcción.

– Ya avisaron a los nuestros? —

– Ya hay varias patrullas en el caso. —

– Patrullas, – torció el gesto el capitán. – Te apuesto a que no encuentran nada. Voy a tratar de resolver aquí. —

DespuГ©s de la carrera nerviosa sentГ­ deseos de orinar y me dirigГ­ hacia los arbustos. El seto reciГ©n plantado separaba una casa nueva del territorio de la construcciГіn. Los arbustos estaban mГЎs abajo de la cintura y yo decidГ­ ir mГЎs hacia la oscuridad, para que no me vieran desde el camino. Pasando por la entrada en el arbusto, con asombro vi un billete de mil pegado en las ramas. Lo tomГ© y vi que estaba quemado y olГ­a aВ humo.

ВїComo llegГі aquГ­? ВїLo lanzГі la explosiГіn? Dudoso, ya que hasta el banco hay cincuenta metros y no hay viento.

BusquГ© con la vista, y vi, no muy lejos en la tierra, otro billete de esos. CaminГ© un poco mГЎs y me petrifiquГ©. Bajo los arbustos estaba escondida una silueta oscura. Mi corazГіn me palpitГі fuertemente y me quedГ© sin respiraciГіn. AВ tres pasos de mГ­ yacГ­a un tipo. No era un borracho, ni estaba muerto. Eso lo comprendГ­ de inmediato porque la persona que yacГ­a tensa, me miraba con atenciГіn y con simpatГ­a. Hicimos contacto visual. Ambos callamos.

Este es uno de los ladrones, pensГ© con temor. No pudo escaparse antes de que llegara la policГ­a y decidiГі esconderse aquГ­. ВїQuГ© hago?

– Yury, que estás haciendo por allá? – Gromov me llamó.

No me movГ­, pensando que el ladrГіn podrГ­a estar armado. Un brusco movimiento y ese me puede tomar de rehГ©n. Estaba atrapado, no me atrevГ­a aВ moverme: adelante estaba la construcciГіn, detrГЎs, la entrada entre los arbustos. El delincuente no me permitirГ­a retroceder ya que podГ­a exponerse.

El inquieto Gromov adivinГі para que ya habГ­a ido aВ los arbustos y aВ Г©l tambiГ©n le dieron ganas, entonces gritГі:

– Te voy a acompañar. —

El ladrón se movió. ¿Irá a sacar el arma? Mis piernas casi se doblan, no me podía mover. Ahorita monta el percutor…

Pero, en lugar del sonido mecГЎnico, escuchГ© un suave susurro:

– Yury Andreevich. Está lista. —

Un frГ­o me recorriГі la espalda. El orden de las palabras y la entonaciГіn eran perfectamente conocidas por mГ­. La alarma se cambiГі por recuerdos. Diez aГ±os atrГЎs yo enseГ±aba programaciГіn en la Casa de la Juventud para la creaciГіn cientГ­fico-tГ©cnica. Los alumnos que terminaban la tarea primero se dirigГ­an aВ mГ­ con la expresiГіn В«estГЎ listaВ». Ellos se movГ­an en su asiento y empezaban aВ explicar su Г©xito.

– Yury Andreevich. Está lista, – repitió el ladrón.

Me inclinГ© para verle mejor los ojos al personaje acurrucado y lo recordГ©. Tras los arbustos se escondГ­a uno de mis mejores alumnos. No recuerdo su apellido, pero la confianza en si mismo y su mirada atrevida se me grabaron en la memoria. El muchacho agarraba la teorГ­a en vuelo, proponГ­a soluciones originales, pero tenГ­a problemas con la asistencia aВ clases.

Los pasos de mi hermano estaban cerca, ya estaba sobre la grama, acercГЎndose aВ los arbustos. Ahora puedo no preocuparme por un ataque del ladrГіn, la policГ­a estГЎ aВ dos pasos. Yo dudГ©. Una palabra mГ­a y en mi ayuda, vendrГ­an, ademГЎs de mi hermano, los policГ­as armados que estГЎn en el banco. El delincuente no podrГЎ escaparse. SerГЎ curioso saber hasta donde llegГі el talentoso muchacho. Ahora no me parece peligroso, sino indefenso.

Una palabra mía… Ahí están sus ojos suplicantes.

ApretujГ© los billetes quemados en la mano y los metГ­ en mi bolsillo. Inesperadamente, para mГ­, salГ­ de los arbustos y obstaculicГ© el camino aВ mi hermano.

– Yo puedo revisar como apagan las cámaras. —

– Ve a verlas, yo ya voy. —

– No entres ahí, hay sucio de perros, – detuve a mi hermano, y restregué, contra la grama, la suela de mis zapatos.

– En todas partes hay mierda. Bueno, vámonos a la división. – Gromov miró por encima de los arbustos, dudó un poco y agarró el celular. – Los ladrones pudieron escaparse por la construcción. Buscaremos a los perros olfateadores.

– Es una pérdida de tiempo. Mira la tierra está húmeda y ninguna huella.

– Es verdad. Tú eres inteligente, y los ladrones son retrasados mentales.

Gromov escupiГі y caminГі rГЎpido hacia el banco, lo alcancГ©. Me molestГі la observaciГіn de mi hermano sobre las cualidades mentales de mi antiguo alumno.

– Por qué retrasados mentales? No cualquiera puede bloquear esas cámaras, – le pregunté.

– Exageraron con el gas, inyectaron más de lo necesario. Todos los billetes están quemados, tratan de utilizarlos y ahí los agarramos. No me extrañaría que hubieran salido heridos también y se dirijan a un primeros auxilios. —

En las manos del capitГЎn sonГі el celular. Era Petujov. Yo puse atenciГіn para oГ­r al teniente:

– Encontramos la furgoneta blanca. Es una camioneta de servicio mecánico en las carreteras. En ella están dos hermanos gemelos de apellido Noskov, uno gordo y el otro flaco. —

– Petujov, estás escuchando lo que estás diciendo? Los morochos tienen que parecerse. —

– Pero estos son morochos y diferentes. —

– Los registraste? —

– No tienen dinero y, equipos gasíferos, tampoco. Solo parecen un par de pendejos. —

– Que dicen de que los vieron? —

– Pasaban por aquí y oyeron la explosión, se detuvieron un momento, pero entonces, decidieron irse. Vieron a un tipo en sudadera con capucha que iba corriendo. —

– Hacia dónde? ¿Hacia la construcción? —

– No, en sentido opuesto. Al llegar a las casas dobló a la derecha. —

– Había que empezar por ahí. ¿Descripción? —

– Contextura media, jeans oscuros, morral en la espalda. —

– Ya es algo. Escribe el reporte, yo organizaré la investigación. Después vas a revisar las enfermerías, el ladrón pudo haber salido herido por la explosión. ¿Me comprendiste? Estamos en contacto. —

Yo observГ©, con asombro y orgullo oculto como, despuГ©s de las Гіrdenes de Gromov, los policГ­as salieron corriendo en direcciГіn opuesta aВ donde se escondГ­a mi exalumno, el ladrГіn. OВ sea, lo salvГ©. Yo continuaba aВ infringir la ley, la cual yo siempre habГ­a seguido. La persecuciГіn era inГєtil, yo habГ­a engaГ±ado aВ la policГ­a y le di al delincuente la posibilidad de escaparse. ВЎE hice todo eso sin pensar!




7


Profundas reflexiones sobre los complicados golpes del destino me mantuvieron despierto mucho tiempo en la noche. El joven vago consiguiГі escabullirse de una decena de policГ­as con el dinero robado y por mi cabeza, respetuosa de la ley, pasa un infortunio tras otro. ВїPor quГ© el mundo es tan injusto? Yo no infringГ­ la ley y Г©l pasa aВ travГ©s de ella. Y, mi hermano, el servidor del orden pГєblico, dispuesto aВ manejar borracho por un beneficio personal. Para Г©l no es tanto atrapar aВ los delincuentes como ascender en la policГ­a. Cada quien piensa en si mismo, y no le importan ni la sociedad ni las leyes.

Me dormГ­ al amanecer y cuando despertГ©, decidГ­ que yo no estaba obligado aВ vivir por las reglas comunes. Mi vida pende de un hilo. Yo estoy condenado aВ muerte, inclusive sin salir de casa. ВїCuГЎnto dinero me queda? No estoy seguro de que llegue hasta el aГ±o que viene, entonces para que andar con cuidado y poco aВ poco. Los sueГ±os normales: el aГ±o que viene me aumentan el sueldo y dentro de tres me ascienden aВ un cargo mejor, lo que traen son lГЎgrimas de rabia y no una alegrГ­a oculta. ВїPara que planificar un futuro lejano si en cualquier momento puede caer la cortina negra? Bang! Ahora me ven, ahora no me ven. Terrible. Por eso, ahora, yo puedo arriesgarme, lo peor ya me sucediГі.

Reconociendo mi triste situaciГіn, lleguГ© aВ la conclusiГіn de que yo debo actuar de otra manera.

Lo primero que hice fue hurgar entre las cajas de la mudanza reciГ©n desempacadas para buscar los CD computacionales. Todos esos disquitos tenГ­an sus etiquetas con su nombre que ya habГ­a olvidado para que servГ­a. Mientras desayunaba, yo iba colocando cada disco en el laptop para comprobar el contenido.

Katya se atareaba, alrededor de la estufa, con paquetes y envases. De repente todo quedГі en silencio, sus brazos cayeron y mirando hacia el frente, desconcertada, dijo:

– Ella no puede comer nada, nada. Yulia… – Impotente, Katya cayó en la silla y se puso a llorar.

MirГ© la bolsa con los productos que se iban aВ llevar al hospital y sugerГ­:

– Quizás pueda beber jugo por el tubito. —

– No, ni siquiera jugo, – con aflicción, Katya lloró, agarrándose y sacudiendo la cabeza.

– Tranquila, piensa en el bebé. —

– Para ti es fácil dar consejos. —

– Yo también me preocupo. —

– ¡Si, ya veo! No te separas de la computadora, – inesperadamente, ella estaba iracunda. – Que te distrae? Y al trabajo vas a llegar tarde. —

– Voy contigo al hospital. —

– Puedo ir sola. Mejor vete al trabajo. Ayer llegaste tarde, hoy también. Te pueden botar. —

BajГ© la vista, me tomГ© el tГ© y salГ­ de ahГ­, rГЎpido. El reconocimiento honesto de mi despido ya me estaba alcanzando. En algГєn momento se lo dirГ©, pero no hoy. Primero tengo que intentar realizar mi nueva idea. ColoquГ© el laptop en el maletГ­n, tambiГ©n los CD y llamГ© al taxi.

En vez de al trabajo, fui al lugar donde el dГ­a anterior habГ­an robado el cajero automГЎtico. Me acerquГ© al В«McDonaldМЃsВ» cercano. AhГ­ podrГ­a conectarme aВ internet y estar horas sentado, si querГ­a. En uno de los discos encontrГ© lo que estaba buscando, la base de datos de mis exalumnos de la Casa de la Juventud. AdemГЎs del apellido, en el disco estaban sus direcciones electrГіnicas, telГ©fonos, fotografГ­as y la lista de sus tareas hechas. En particular, la misma base de datos era un ejemplo de un trabajo exitoso hecho por los alumnos.

En una de las fotografГ­as vi los mismos ojos negros del dГ­a anterior y enseguida lo reconocГ­: Fedor Volkov. Entonces tenГ­a quince aГ±os, ahora tiene veinticinco y, en la mirada, la misma ambiciГіn juvenil y la auto convicciГіn vulnerable.

ColoquГ© sobre la mesa el billete, medio quemado, de mil rublos que habГ­a hallado en los arbustos, lo fotografiГ© y enviГ© la imagen aВ la direcciГіn electrГіnica de Volkov. Claro que el muchacho podГ­a no haber utilizado ese correo hacГ­a tiempo, pero el encuentro con el exprofesor lo harГ­a recordar.

Y efectivamente, la respuesta llegГі rГЎpido.

В«Gracias. Me salvГіВ»

В«Tenemos que vernos. Te esperoВ», respondГ­В yo.

В«Donde estГЎ usted?В»

В«AdivinaВ».

Esto era una prueba para la perspicacia general y el nivelВ de

comprensión computacional. En la fotografía del billete caía un borde de la bandeja del «McDonald’s» y por la dirección IP se podía saber en cual zona estaba.

No pasГі una hora para que, aВ la mesa donde yo estaba, se sentara Fedor Volkov. Uno aВ otro nos estudiamos con atenciГіn. Fedor estaba cauteloso, su visiГіn perifГ©rica trabajaba mГЎs de lo usual y sus manos las mantenГ­a en los bolsillos de la chaqueta contra viento.

– Un poco ruidoso aquí, ah? – observó.

Le advertГ­:

– Con el rabo del oído escuché que la policía busca a un tipo en chaqueta gris contra viento. —

Volkov se quitГі la chaqueta y se sentГі sobre ella. Se quedГі en franela. En su muГ±eca derecha tenГ­a un tatuaje colorido.

В«Quien se puya para divertirse, tiene VIHВ», pensГ© con tristeza. No me sorprenderГ­a que se fume su hierba y sea indiscriminado con las chicas. Si alguien preguntara: ВїquiГ©n de los dos tiene el virus?, todos apuntarГ­an al chamo. Pero, desgraciadamente, una vida familiar juiciosa no es garantГ­a contra una insidiosa enfermedad.

La mirada desconfiada de mi exalumno se suavizГі un poco.

– Yo estoy muy agradecido con usted, Yury Andreevich. —

– Llámame Doctor. —

– Ah, ¿tenemos un plan? Entonces yo soy Zorro. —

– Pero tu apellido hace pensar otra cosa[3 - – El apellido Volkov viene de la palabra Volk, que significa lobo, en ruso.]. —

– Usted tampoco se parece a un doctor. —

Ambos sonreГ­mos. Era mi primera sonrisa desde el momento de la llamada nocturna desde el hospital.

– Bueno, Zorro, cuéntame ¿Qué hiciste después de la escuela? – le pregunté.

– Usted, por casualidad, ¿no trabaja para la policía? El tipo de uniforme lo llamaba por su nombre. —

– Es mi hermano. El es policía. —

– Hermano? – Zorro se levantó. – Yo, como que me voy.

– Siéntate! – Lo detuve. – Entiende esto: a él yo no lo voy a ayudar. Ahora, yo solo trabajo para mí mismo. —

Zorro digiriГі rГЎpidamente lo escuchado, se relajГі y me tendiГі la mano:

– Colegas. – Después del apretón de mano, volteó su cabeza hacia el mostrador: – Ya que estamos aquí, voy a comer algo. —

Me acerquГ© aВ Г©l y le advertГ­:

– Pero que no se te ocurra pagar con los billetes quemados. – los ojos de Zorro mostraron sorpresa. Le expliqué: – Todos los puntos comerciales están alertados. —

Zorro volviГі aВ la mesa con un cafГ© y una hamburguesa. ComiГі un poco y comenzГі aВ relatar:

– Yo ingresé en la universidad tecnológica en la especialidad de seguridad informática. Hice dos cursos, pero después me aburrí. Para que perder tiempo si el diploma lo puedes comprar. —

– Y lo compraste? —

– La impresión es perfecta, no puedes diferenciarlo de uno verdadero. Pero trabajar… – Zorro hizo una mueca. – Eso, de estar en una oficina desde la mañana hasta la tarde en una oficina, no es para mí. —

– Y ahora destripas cajeros automáticos? —

– Esa es la última diversión que tengo. —

– Y es provechosa? —

– Depende. Ayer agarré cuatro kilogramos. La explosión fue ruidosa y mientras recogía el dinero, los Apóstoles se pintaron. La policía llegó rápido y tuve que esconderme ahí cerca. —

– Los Apóstoles? – Recordé la conversación de Gromov por teléfono: – ¿Los gemelos Noskov en la furgoneta blanca, el flaco y el gordo? —

– Pedro y Pablo. En la escuela se burlaban de ellos, y a mí se me ocurrió ponerles los Apóstoles. Desde aquel tiempo somos amigos y me respetan. Ayer ellos arrastraron a la policía tras ellos. —

– Fue pensado así? —

– No, fue casualidad, pero afortunado. —

– Tú eres sortario. – Yo bajé la voz para que no nos escucharan: – Pero cuatro kilos de billetes quemados no te ayudarán. Caerás cuando los saques. —

– Los cambio de nuevo en cajeros. Y gracias otra vez. —

– No resulta. El cajero automático no acepta un billete dañado, el tamaño ya no coincide. —

En los ojos de Zorro apareciГі la sospecha de nuevo:

– ¿Doctor, para que me llamó? ¿No será para hacerme un tratamiento psicológico? —

– Para advertirte. Y proponerte algo. —

– Espero que no sea confesarme. —

– Los Apóstoles realmente trabajan en mecánica? —

– Trabajan en toda vaina. Son buenos en todo. —

– Mi carro no prende. —

– Su especialidad, – aseguró Zorro. – Donde está? —

Me gustГі su disposiciГіn para actuar inmediatamente. Le indiquГ© la direcciГіn del В«JupiterbankВ», donde se habГ­a quedado el В«PeugeotВ» y le entreguГ© las llaves.

Zorro seВ rio:

– Las llaves no son necesarias. Déjeme llamarlos para que vayan allá enseguida. Los llamó, les explicó todo y me preguntó: – Le traen el auto para acá? —

– No sería malo, – asentí. – Estás seguro de su experticia? —

– Son los Apóstoles, – dijo Zorro, con ironía. – Cuéntelo como nuestro agradecimiento, por lo de ayer. —

– Gracias, pero no era de eso de lo que yo quería hablar. – Miré hacia los lados como un conspirador y le hice la pregunta importante: – Como haces para bloquear las cámaras de video? —

– Que pasó? ¿La policía todavía no lo descubre? —

– Todavía están tratando de adivinar. —

Zorro se envaneciГі:

– Ese es un aparato que yo idee, yo lo llamo «blockout». Lo pongo a un metro de la cámara o del cable y desaparecen las imágenes. —

RecordГ© que Volkov, todavГ­a jovencito, reparaba, fГЎcilmente, cualquier computadora oВ juego electrГіnico. AВ Г©l venГ­an, incluso profesores, hasta que el muchacho empezГі aВ cobrar por las reparaciones. PodГ­a hacer maravillas.

Me interesГі como trabajaba el aparato:

– Obstruyes la señal de video? —

– Ese es el nivel primitivo. Intercepto la señal y puedo poner ahí lo que yo quiera, hasta pornografía. —

– Me imagino la reacción de los vigilantes. Podrías hacerte famoso. —

– Por ahora déjeme bloquear las imágenes, como un tonto inútil. —

– Eso es inteligente, – asentí yo y reflexioné.

Zorro es inteligente, calculador, arrogante, pero actГєa torpemente. Demasiado ruido para un resultado mГ­nimo. Para el delito elegante le faltan conocimientos especiales acerca del funcionamiento de los cajeros automГЎticos. Y yo soy el especialista en ese asunto.

– Zorro, quiero comprobar tu «blockout» en vivo. —

Volkov, de la sospecha, frunciГі el ceГ±o:

– ¿Que pasa Doctor? ¿Qué tiene en mente? —

– Una conexión real a un cajero automático concreto. —

– Ja! ¿Y después qué? —

– Tú me ayudas a restablecer la realidad. Yo me llevo lo mío. —

– Del cajero? – Zorro se rio. – Y como piensa usted abrirlo? —

– Ese no es problema. Pero esta vez, en lugar de bloquear la imagen, hay que poner una fotografía. —

– Doctor, estoy confundido. Me huele a servir de carnada. —

– Tu parte es bloquear la cámara. Del resto me encargo yo. —

Zorro se reclinГі en su silla, de nuevo mirГі aВ su exprofesor considerando si debГ­a confiar enВ Г©l.

– Y cuando tiene la intención de hacer eso? – le preguntó.

– Tenemos tiempo mientras los Apóstoles me arreglan el carro. —

– Ahorita? – se extrañó Zorro.

– Desde hace un tiempito me estoy apurando para vivir, – me sinceré.

– El cobarde inventó los frenos, ¿es así? – Zorro guiñó un ojo. – Nunca hubiera pensado que usted… —

– Quiere decir que estás de acuerdo? —

Volkov levantГі las cejas y empezГі aВ razonar:

– El blockout lo tengo en el carro, pero se debe encontrar el cajero apropiado, donde se pueda montar sin problemas. —

– Ya te resuelvo eso. —

En el laptop abrГ­, en la pГЎgina del В«JupiterbankВ», la ventana de las direcciones de los cajeros automГЎticos. Tuve que exprimirme la memoria para recordar la sucesiГіn de la carga de efectivo en ellos: ВїcuГЎles son los cajeros automГЎticos que llenanВ hoy?

Yo escogГ­ uno de ellos y volteГ© el laptop hacia Volkov:

– Mira este. Allá podemos llegar en quince minutos. —

– Usted cree eso? – dudó Volkov.

– Créeme, allá hay dinero para agarrar. —

Zorro me mirГі aВ los ojos, vio mi resoluciГіn y aprobГі con la cabeza:

– Voy a tomar un café para llevar, en el camino resolvemos los detalles.

El carro de Zorro era un В«SubaruВ» con volante aВ la derecha, con los guardafangos arrugados y las puertas raspadas. Con escepticismo ponderГ© el feo aspecto del auto:

– ¿Y para que tienes tus amigos mecánicos? —

– La dirección y el motor están bien, también sus cuatro cauchos y la aceleración, pero la carrocería… – Zorro se cortó un poco, – Pero no me preocupo si tengo que irme rápido. Tome asiento. —

El cajero automГЎtico que yo habГ­a escogido estaba aВ la entrada de una mueblerГ­a. Adentro, prГЎcticamente, no habГ­a clientes. Cuando iba pasando, Zorro pegГі aВ la pared una cajita roja, parecida aВ las que tienen el botГіn de alarma de incendio, y entrГі aВ la tienda. DecidГ­ no abrir el cajero enseguida y lo alcancГ© en el interior.

– Me dijiste que el aparato no se veía, – le susurré inquieto.

– Para esconder algo mejor lo pones a la vista. – Con cara de aburrido, Zorro iba mirando los sillones.

Tuve que estar de acuerdo con Г©l. Sin embargo, el color rojo de la cajita, simbolizaba para mГ­ el infierno que tenГ­a que atravesar. DetrГЎs de Г©l hay otra vida, extrema y riesgosa.

– ¿Ya está funcionando el blockout? – me puse nervioso.

– Le tiemblan las rodillas? Podemos volver al carro. —

– No…, pero… Hay dos cámaras: una en el techo y otra directamente en el cajero que graba la cara del que está ahí. Quiero estar seguro… —

– En lugar de a usted, Doctor, están viendo otra cara. Como usted lo pidió. —

RecordГ© la foto que habГ­a escogido en internet y me tranquilicГ©. Al fin y al cabo, no tenГ­a nada que perder. La enfermedad me liberГі de muchos convencionalismos. Ahora puedo hacer lo que considere necesario, vivir duro, sin esperar la vejez. ВЎVamos!

Volví al cajero automático y puse la tarjeta de acceso, la cual tomé por casualidad de la oficina y puse la clave. En la pantalla apareció el menú. Perfecto, no han bloqueado la tarjeta. Escogí la operación: Carga de efectivo. Sonó el gancho de apertura…, yo hale la pesada puerta y el cajero se abrió. Adentro había pacas de billetes de mil y cinco mil.

Por lo menos habГ­a millГіn y medio de rublos y procedГ­ aВ sacarlos.




8


La mayorГ­a de los empleados subordinados prefieren no caer bajo la mirada del jefe, pero Oleg Golikov era de la opiniГіn contraria. Г‰l estaba convencido de que para recibir un ascenso debГ­a ser visto por las instancias superiores. TodavГ­a mejor, debГ­a ser Гєtil al jefe no solo en el trabajo, sino en la vida diaria, ВЎjalar mecate pues! Una vez, Oleg habГ­a ayudado, calculadoramente, al chofer de Radkevich, aВ configurar el nuevo telГ©fono inteligente, aВ conectarse ГЎ internet, y enseГ±arlo aВ utilizar las nuevas aplicaciones. El chofer le contГі eso al jefe. Y resultГі: cada vez que aparecГ­a un problema tГ©cnico, llamaban aВ Golikov. Las novedades tecnolГіgicas se vuelven ayudantes irremplazables cuando hay una persona que las domina.

Una semana atrГЎs Oleg habГ­a sido testigo de una conversaciГіn curiosa. Г‰l habГ­a configurado la conexiГіn entre todos los aparatos electrГіnicos de Radkevich y esa vez, aВ la oficina del banquero entrГі una muchacha elegante con apariencia de modelo.

– Estoy que ardo, me sacaron de la portada, – ella dijo, con indignación. – Van a poner a otra muchacha. Me lo habían prometido y en el último momento me sacaron. ¡Cabrones! —

– Oksana, no te preocupes por esas tonterías, – Radkevich se adelantó para abrazar a la muchacha.

Ella despreciГі el abrazo:

– Para ti es una tontería, pero para mí, es la cima de mi carrera. Calcula tú, yo le conté a todas mis amigas y alguna perra me… —

– Discretamente, Golikov salió de la oficina, pero a través de la puerta semiabierta oyó la esencia de la pelea. A Oksana Broshina, quien trabajaba como modelo, le prometieron ponerla en la portada de «Elite Style», la revista de moda, pero a último momento, la cambiaron por otra chica. Oksana trató de utilizar las conexiones de Radkevich para resolver la situación. El banquero llamó a alguien, averiguó, pidió, pero en definitiva le propuso a la chica otra revista. La amante se ofendió y salió, disparada como un cohete de la oficina.

Boris Mikhailovich apareció en la puerta de la oficina, le hizo una seña a Oleg y le dijo:– Hacia dónde fue? Muéstrale la salida. —

Golikov alcanzГі aВ Oksana, la acompaГ±Гі aВ la calle y, casi aВ la fuerza, la sentГі en un cafГ© cercano. Se sentГ­a inflado con la compaГ±Г­a de esa belleza en un lugar pГєblico. Г‰l no ahorrГі en cumplidos, mostrГі comprensiГіn y estuvo de acuerdo en que, la advenediza que destruyГі el sueГ±o de Oksana era una alpargatuda en comparaciГіn con ella.

Oleg comprendió enseguida que le había caído una oportunidad que no debía desperdiciar. Se ganaría unos puntos con el jefe, si demostraba que podía resolver cuestiones delicadas como esa. Y Oksana estaba tan buena, que él trataría de servirle a cambio de un agradecimiento futuro. Oleg le juró que iba a pensar en algo para ayudarla si ella, después, le mostraba alguna gentileza. Con estas palabras, él la miró, lánguidamente, y le apretó la rodilla bajo la mesa. Oksana no le apartó la mano. Y así, quedaron. Un inspirado Golikov le aseguró a Radkevich que él resolvería el problema. El banquero se sorprendió y, vagamente, dijo: «Bueno, si lo haces…»

Y Golikov lo pensГі.

Ahora estaba sentado en la oficina del presidente, sintiГ©ndose vencedor. Un problema bancario sirviГі de pretexto formal: alguien habГ­a vaciado un cajero automГЎtico. Pero la noticia importante Г©l la dirГ­a al final de la conversaciГіn, ya que las Гєltimas palabras son las que se recuerdan mejor. Ellas son las que dejan la mejor impresiГіn del encuentro.

– Boris Mikhailovich, sucedió un incidente desagradable, – Golikov empezó, suavemente.

– Que pasó? —

– De uno de nuestros cajeros desapareció un dinero. Como casualmente, abrieron el que se llenó hoy de efectivo. —

– Los muérganos los siguieron. ¿Cuánto se llevaron? —

– Ahí viene lo extraño. En el cajero faltan 393300 rublos. – Golikov puso le hoja de papel con la cuenta sobre la mesa. – El resto del dinero no fue tocado, y eso es cerca de un millón. —

Radkevich, dudoso, agarrГі el papel con las cifras.

– No hay errores aquí? ¿Como se pueden llevar esa suma? Los billetes más pequeños son de quinientos rublos. —

– Es correcto. El ladrón dejó un vuelto. —

– Como? – Radkevich tiró el papel. – Me quieres decir que un tarado abrió el cajero, tomó menos de la mitad de lo que había y además ¿dejo vuelto? —

– No es tan tarado el tipo, – negó con la cabeza Golikov. – Además no hay señales de violencia. Y lo más extraño… —

– Que más? —

– Nosotros revisamos la cinta de video. No hay daño en los cables, ni en la cámara, pero en vez de la imagen corriente, durante lo sucedido era la foto de un caballo lo que salía. —

– Como que de un caballo? – Ya el banquero estaba al borde.

– Mire. —

Radkevich tomГі la fotografГ­a. En su mano tenГ­a una fotografГ­a en blanco y negro, parecida aВ las que tenГ­a en las paredes de su oficina. En ella habГ­a un potro encabritado, sin brida y sin silla, lanzado aВ la libertad.

Radkevich adoraba los bellos caballos, en la vida real y en las fotografГ­as, pero esta vez arrugГі el rostro, como si viera algo indecente. Г‰l recordГі la Гєltima conversaciГіn con Yury Grisov. Cuando saliГі, arrancГі uno de los cuadros y tirГі en la mesa una hoja de papel donde habГ­a escrito el monto de su compensaciГіn. Boris Mikhailovich buscГі en sus papeles la exigencia del empleado despedido. La suma en las dos hojas de papel coincidГ­an.

El banquero apartГі la explosiГіn de ira y, hasta con respeto, dijo entre dientes:

– Se salió con la suya. Buen punto. – Arrugó los papeles y los lanzó a la papelera. – Como abrieron el cajero? —

– Lo más probable, con una tarjeta de acceso. La falsificaron o la robaron. Hay que investigar a los empleados que pueden tener esa tarjeta… —

– Todavía no te diste cuenta, quien lo hizo? ¡Tu antiguo jefe! —

– Grisov? – Una chispa de venganza brilló en los ojos de Golikov. – Llamemos a la policía. —

– Para que sospechen de ti también? —

– A usted, yo nunca… —

– Eso es poco. Tú tienes que estar adelante en el trabajo. Bloquear las tarjetas de acceso, preparar nuevas, cambiar los códigos y claves, lo que se necesita pues, para que no vuelva a suceder. —

– Sonó el celular, que estaba en el escritorio del banquero. Radkevich y Golikov vieron la fotografía de Oksana en la pantalla. Radkevich no quería responder, pero lo hizo, haciéndole señas a Golikov para que saliera y dijo:

– Te dije, gatita, que yo mismo llamaría… —

– La advenediza no apareció y me llamaron! – alegre, lo cortó Oksana Broshina. – voy a salir en la portada de «Elite Style»! ¡Gracias, gracias, gracias!

AВ Radkevich le cambiГі el humor:

– Pero claro, yo por ti, siempre… —

– Eres un amor. ¡Te beso, te abrazo y todo lo que quieras! —

– Paso esta noche por allá. – El banquero prometió, seductor.

– Pero no hoy, gatico. Hoy no puedo, me voy a preparar, mañana son las tomas. —

– Entonces… —

– Después, después, yo te llamo. ¡Un beso! —

Radkevich apagГі el celular y, curioso, mirГі aВ Golikov, quien se habГ­a quedado en la puerta, arriesgГЎndose, porque ya sabГ­a la noticia que comunicaba Oksana. Esa era la impresiГіn conclusiva con la cual Golikov contaba. Г‰l no habГ­a tenido tiempo de comunicar, Г©l mismo, la agradable noticia. Ahora, su mirada era expresiva: В«Yo lo prometГ­, modestamente cumplГ­В».

– Espérate. – Radkevich llamó a Oleg con el dedo índice y, bajando la voz, le preguntó: – Lo conseguiste. ¿Como? Yo escuché que la otra chica había desaparecido. —

– Lo importante es el resultado, ¿no? – arrogante, miró al jefe a los ojos.

Se miraron uno aВ otro, como si quisieran leerse los pensamientos. Entonces Radkevich levantГі la bocina del telГ©fono de servicio y llamГі aВ la oficina de personal:

– Cambien el aviso de búsqueda de un director del departamento de seguridad informática por uno de ingeniero especialista. Ya el director lo tenemos, es Oleg Golikov. Preparen la orden para su nombramiento y me la traen para firmarla.

Radkevich miró, interrogadoramente, al subordinado: – Es justo? – Este asintió en silencio y se retiró.

Cuando volviГі aВ su puesto de trabajo, Oleg, inspirado por su victoria, marcГі el telГ©fono de Oksana Broshina.

– Hola, bella. ¿Mi parte la cumplí, cuando nos vemos? —

– Que apuradito. – juguetona, respondió la modelo.

– Tú tampoco querías esperar al próximo número de la revista. —

– Ok. Nos vemos después de que yo me vea en la portada. —




9


Mi corazГіn se me salГ­a del pecho. No debГ­a correr, levantarГ­a sospechas. Pero me apurГ© para llegar al carro de Zorro, colocado, inteligentemente, un poco lejos del cajero automГЎtico. Vaciar el cajero no resultГі tan difГ­cil. Lo importante era dominar los nervios, lo demГЎs era asunto de tГ©cnica. TГ©cnica moderna, en el sentido literal de la palabra. El В«blockoutВ» y la tarjeta de acceso con los cГіdigos hicieron su trabajo.

Zorro y yo llegamos al В«SubaruВ», simultГЎneamente, desde lados diferentes. Fedor se sentГі frente al volante y puso la cajita roja en sus rodillas. Yo me sentГ© al lado.

– Hay algo que no entiendo Doctor, ¿hoy es su día de actividad benéfica? – Fedor me juzgaba, moviendo los ojos. – Pudo haber tomado más!

– Yo agarré lo que me pertenece. —

– Ahí quedó un millón! —

– Vámonos de aquí. —

Zorro soltГі una palabrota, acelerГі y condujo callado algunos minutos. DespuГ©s, de mala manera, preguntГі:

– Ahora, ¿para dónde? —

– Detente, ya nos alejamos suficiente. – Yo conté la mitad del dinero y se la extendí a Zorro. – Esta es tu parte. —

– Gracias, benefactor. – Zorro puso el dinero en su bolsillo y guardó el blockout en la guantera. – Y el caballo en la foto? ¿Es su firma? ¿O es un amuleto? —

– Es un regalo para un conocedor de caballos. Espero que le haya gustado. —

– No se rajó usted? —

– No te decepcionaré. —

– Entonces vamos al próximo cajero, mientras no hayan bloqueado la tarjeta de acceso, – propuso Zorro.

– Por ahora es suficiente. —

– Y yo pensé que ahora éramos compañeros y decidiríamos en conjunto. —

– Estás pensando en la dirección correcta. ¿Estás preparado para gastar el dinero ganado en una sociedad? —

– Que sociedad del carajo? —

– Para comenzar, hay que alquilar un sótano con dos salidas. Comprar una máquina tipográfica para imprimir tarjetas de presentación y otras tarjetas. La lista te la envío ahorita por el correo. —

Un archivo que habГ­a preparado en la maГ±ana en В«McDonaldМЃsВ» se lo enviГ© desde mi telГ©fono. Zorro lo abriГі en su telГ©fono inteligente, comenzГі aВ leer y sin esconder su escepticismo:

– Computadora, impresora láser, papel, tintas… Usted se volvió loco Doctor. ¿Usted quiere gastar lo obtenido en imprimir tarjetas? —

– Y por qué no? – Hice una pausa y expliqué: – Si son tarjetas especiales referidas a símbolos de dinero. —

Zorro se apartГі:

– Imprimir falsificaciones y metérselas a las viejitas en los mercados? En todos los negocios revisan los billetes. —

– Tienes razón. En los billetes actuales hay cerca de veinte marcas de protección. – Yo se lo demostré, volteando y doblando un billete de cinco mil rublos. – Lo más complicado es el papel especial. Cualquiera se da cuenta al tacto: es denso, crujiente, los dedos sienten el relieve. Ese papel lo hacen con algodón puro. Y hay marcas de agua, microimpresiones, banda magnética, tinta especial, que cambia de color con cambios de ángulos de visión. —

– No necesito esas lecciones, se sobreentiende que no haces un carajo con tratar de falsificarlos. —

– Hacerlos exactamente no se puede, – estuve de acuerdo.

– A eso me refiero. Sacamos uno o dos papeles y nos agarran. —

– No me escuchaste bien. Las marcas de protección son muchas, pero el cajero automático solo comprueba cuatro o cinco de ellas y los terminales de pago, menos. Y yo, por cierto, se cuáles. —

– Está bien, pero cinco marcas de protección no son pocas, de todas maneras. Y con nuestra imprenta, – Zorro frunció el ceño y mostró la lista de objetos en la pantalla de su teléfono. – sacamos un cuadrito bonito? —

– Otra vez no escuchaste. —

– Transmítalo, pues. —

– Tú tienes billetes verdaderos parcialmente quemados. Con marcas de protección que podemos utilizar. – Yo hablaba pausadamente para darle a mi interlocutor la posibilidad de comprender mi idea. – De cada uno se pueden hacer diez. Para el cajero automático basta una parte de la banda magnética. ¿Entiendes? —

– De un billete se pueden hacer cuantos? – Zorro comenzaba a agarrar la idea.

– Papel especial y tinta especial no se necesitan. Vamos a utilizar fragmentos de los billetes verdaderos. —

– La idea es interesante. Estoy listo para intentarlo. Solo que la ganancia de hoy no es suficiente para la compra del aparataje. —

– Hay que añadir unos rublos. Vamos. —

Le mostrГ© el camino y le pedГ­ que se detuviera frente aВ una agencia grande del В«SberbankВ».

– Este es el lugar? – Los ojos de Zorro estudiaron la situación. – Hay mucha gente, no se puede bloquear la cámara. Mejor nos vamos. —

– Vamos a comprobarlo. Espérate aquí. – Salí del carro.

– Y el blockout? – preocupado, gritó Zorro, pero yo no le puse atención y me dirigí al banco.

Yo estaba seguro de que, el prГіximo cuarto de hora, Fedor Volkov estarГ­a sentado como sobre alfileres y pensando: В«En que me metГ­? ВїNo serГ­a mejor irme?В» Seguramente se le vendrГ­an ideas como que, yo me arrepentГ­, que me sentirГ­a intocable y que yo lo traicionarГ­a. Cuando salГ­ del banco vi el destartalado В«SubaruВ» en el mismo sitio, entonces me sentГ­ agradecido aВ Fedor. Los nervios del tipo son fuertes, se puede trabajar conВ Г©l.

Zorro, incrГ©dulo, mirГі mi rostro de hielo. EntrГ© al carro y le extendГ­ una paca de billetes:

– La cantidad que falta.

– Que? – Se le salían los ojos.

– Tengo una cuenta ahí. Saqué mi plata. —

– Pudo habérmelo dicho. – gruñó mi compañero. Zorro abrió la puerta y recogió el blockout que estaba delante de la rueda. – Ya lo iba a aplastar, por si acaso. —

Su cuidado y precauciГіn tambiГ©n me gustaron. Esas son cualidades necesarias para mis planes. Entonces fui aВ lo concreto, como si lo hubiera pensado bien y decidido hace tiempo:

– Empezamos un negocio juntos. ¿Las ganancias?: cincuenta-cincuenta. Nuestro capital inicial se forma del dinero en efectivo y la propiedad intelectual. Yo pongo este dinero y tú, los billetes quemados. Yo, mis conocimientos sobre la parte técnica de los cajeros y los billetes. Tú, tu blockout. Y lo más importante. Nuestro negocio es secreto, por lo tanto, ningún contrato y nada de habladeras. – De acuerdo? —

– Un pacto de caballeros? Ok. —

Nos dimos las manos. Le entreguГ© el dinero. El sopesГі el paquete y preguntГі:

– Cuando empezamos? —

– Ya lo escuchaste, estoy apurado por vivir. Busca el sótano y compra los aparatos. Empieza ahora mismo. —

– Yo pensé que hoy celebraríamos nuestro acuerdo. —

Lo mirГ© de tal manera, que Г©l levantГі las manos en seГ±al de sumisiГіn, pero desconcertado por mi impaciencia.

– Yury Andreevich, que estaba haciendo usted hasta ahora? —

– Nadaba con la corriente, hasta que caí en el torbellino de agua. Ahora decidí montarme en la lancha rápida para ir adonde me de la gana. —

– Chévere. —

– Y, no se te olvide, Fedor, a partir de ahora, yo soy el Doctor y tú, Zorro. —

No pudo responder enseguida porque repicГі su telГ©fono. EscuchГі, asintiГі y pegГЎndose el celular en el pecho, se dirigiГі aВ mГ­:

– Arreglaron su «Peugeot» y lo llevaron a McDonald́s. Quiere agradecer, personalmente, a los Apóstoles? —

– No es conveniente que me vean. Dales las gracias y que se vayan. —

– El agradecimiento, de parte de quien? —

– Del Doctor. —

Ya me estaba acostumbrando al apodo.




10


TomГ© el tenedor, mi mano quedГі suspendida un momento sobre el cuenco con la ensalada. Normalmente, Katya y yo comemos la ensalada del plato comГєn, pero decidГ­ no hacerlo mГЎs. Claro que yo leГ­ el folleto sobre el vivir con VIH, donde afirman que el virus no se transmite por la comida, pero eso es en teorГ­a. Se trata de la persona mГЎs cercana aВ mГ­, la mujer amada, la que lleva aВ mi hijo en su vientre. Ya nos habГ­an dicho cual era el sexo del bebГ© y yo me culpaba solo por una cosa, que no habГ­amos pensado en aumentar la familia los diez aГ±os anteriores. Si yo contagio aВ Katya, no lo quiera dios, entonces al future bebГ© lo espera la misma suerte. No, lo que sea, pero noВ eso.

Yo acerquГ© la ensalada aВ mi plato. Si ella me preguntaba sobre eso, le dirГ­a que me habГ­a resfriado y que no querГ­a contagiarla. Pero Katya no estaba pendiente de esos escrГєpulos. Ella terminГі de comer rapidamente y siguiГі, atareada, golpeando la tableta con las puntas de los dedos, buscando algo en internet.

– Es poco, – dijo, apartó la tableta y llevó los platos sucios al fregadero.

EmpezГі aВ correr el agua y aВ oГ­rse el roce de la esponja dura sobre los platos. Yo le echГ© un vistazo aВ la pantalla de la tableta y vi ahГ­ la calculadora.

– Que estás calculando? – Sentí curiosidad.

Katya respondiГі de buen ГЎnimo. Se sentГ­a que estaba, particularmente, interesada enВ eso.

– En la cuenta tenemos ahorrado para la remodelación del ático. —

– Por ahora no remodelaremos, – corté, apartando la vista. Ella todavía no sabe que la cuenta está vacía. Si le digo en que estoy planificando gastar el dinero, entrará en pánico.

– Yulia debe ir a tratarse a Alemania. En la cuenta no hay dinero suficiente, pero si vendemos el «Volvo»… Yo vi los datos del carro, está nuevo, tiene pocos kilómetros, podríamos ganar… —

– De que estás hablando? El auto está en garantía, el banco se quedaría con todo el dinero. —

Hizo una mueca de desconcierto, despuГ©s me propuso:

– Y si engañamos al banco? —

Katya cerrГі la llave del agua y volviГі aВ la mesa. TenГ­a puesto un mono deportivo que ya era muy viejo. PodrГ­a comprarse ropa especial para embarazadas. Me daba vergГјenza que ella economizara en ropa por nuestras deudas. TomГ© su mano.

– No podemos engañar al banco. Tenemos que tener su aprobación para vender el carro. —

– Y la casa? —

– Más aún. En la declaración de propiedad hay unos gravámenes incluídos. Nosotros soñamos con esta casa. —

– Trata de llegar a un acuerdo con el banco. —

– Yo no puedo estar pidiendo eternamente. —

Katya me mirГі como si yo me negara aВ la curaciГіn de nuestra hija. Se disgustГі:

– Hay que hacer algo. No me encuentro, me retuerzo pensando como salvar a Yulia y tú… —

– Yo también me estoy rompiendo la cabeza. —

– Pide un adelanto de tu sueldo. O un crédito con un período de gracia. Katya cambió la ira por la dulzura, me abrazó desde atrás, pegando su mejilla a mi frente. – Tú trabajas en el banco hace mucho tiempo, ahí te aprecian, explícales la situación, te comprenderán. —

– Otro préstamo, – Me sonrojé sin saber que decir, – no me van a dar. Yo acordé con el banco un período de veinte años. —

– Pero se trata de nuestra hija. Yo puedo ir contigo, les suplicaré. ¿El Radkevich ese, no es un ser humano? —

Me salГ­ del abrazo femenino y casi dije, como esta personita buenecita me botГі del trabajo sin ningГєn beneficio. En el Гєltimo momento me contuve, bajГ© la cabeza y prometГ­:

– Conseguiré el dinero, vas a ver. —

– Cuando? Yulia no puede esperar. —

– Actuaré rápido. —

Mi rostro no reflejaba optimismo y Katya no esperГі para reprocharme:

– ¡Si, lo vas a conseguir! Por ahora solo gastas. Hoy reparaste el «Peugeot». —

– Me lo hicieron unos amigos, de gratis. – respondí, desafiante.

– Para cobrarte después. —

De repente realicГ© que, aВ partir de hoy, tengo un cГ­rculo de amigos completamente nuevo, en nada parecidos aВ los colegas anteriores. En esencia me metГ­ en una aventura riesgosa con personajes que no conozco. No tienen nombre ni apellido, solo apodos: Zorro, ApГіstoles. Y ahora no hay ningГєn Yury Andreevich Grisov, sino un abstracto Doctor.

Para apartar las ideas desagradables, me levantГ© de la mesa y prendГ­ la tetera:

– Bebamos té. ¿Dónde está mi taza? —

– Agarra cualquiera. —

Yo siempre agarraba la primera que veГ­a, pero ahora decidГ­ insistir:

– Los Gromov me trajeron una para Navidad, ¿recuerdas? Me la trajeron de Egipto. —

– En alguna parte está. Después la busco. —

– La quiero ahorita. —

Mi esposa me mirГі como reprochГЎndome: que quisquilloso.

– Yo creo que está en la caja de regalo todavía. —

La busquГ©, la encontrГ© y bebГ­ tГ© ahГ­. Ahora voy aВ hacer asГ­ siempre. Esta es mi taza, no se puede confundir y, ademГЎs, es muy grande para Katya. Me tranquilizГі esa idea.

Antes de acostarme mirГ©, con aprehensiГіn, la sala de baГ±o de nuestra habitaciГіn. TenГ­amos en comГєn el inodoro, la ducha, el lavamanos y, al menos, tenГ­amos toallas diferentes. EstirГ© mi mano hacia los cepillos dentales. Tres cepillos parecidos en un vaso, solo se distinguГ­an por algГєn colorcito. ВЎEso era peligroso! El mГ­o era azul oscuro, el de ella, azul claro, pero no me podГ­a confiar. Las encГ­as sangran aВ veces, y podrГ­a suceder lo irreparable.

Me echГ© agua frГ­a en la cara. DebГ­a poner otro vaso para mi cepillo, pero entonces no podrГ­a evitar las preguntas. ВЎCuanto habГ­a cambiado mi vida, ese virus maldito se metГ­a hasta en los detalles!

Me cepillГ© los dientes y rompГ­ el cepillo. MaГ±ana voy aВ comprar uno nuevo, pero completamente diferente aВ los que quedan.

Yo tomГ© el laptop con la intenciГіn de acostarme tarde, de tal manera que Katya estuviera dormida. Pero no dormГ­a, todavГ­a preocupada. Ella puso su cabeza en mi hombro y me pegГі su hinchado y tibio vientre. Yo la abracГ© y, entre los dos, latГ­a el corazoncito del futuro bebГ©.

– Yury, seguro vas a conseguir el dinero? – me preguntó con mucha seriedad.

– Claro, – le dije, tratando de que mi voz sonara segura.

– No podemos perder tiempo. —

– Lo haré lo más rápido posible. —

– Para las operaciones de Yulia se necesita mucho dinero. —

– No te preocupes, para la casa, yo hallé el necesario. —

Agradecida, me besГі en la mejilla.

– Si quieres…, si te hace falta… – Katya se volteó, dobló sus piernas y pegó sus nalgas de mi cuerpo. – Pero ten cuidado. —

Yo me separГ©. SentГ­ terror, pensГ© en las pesadillas que me recorrГ­an internamente. Virus invisibles y perjudiciales recorren mi organismo y no estoy en condiciones de luchar contra ellos. Soy una bolsa caminante llena de virus. El peligro mГЎs inmediato para mi esposa y mi hijo. Que me joda yo, ya vivГ­ suficiente, pero el bebГ© que estГЎ por nacer no debe sufrir.

No, desde hoy, nada de sexo. Lo mejor sería dormir separado o, por lo menos, con diferentes cobijas. Pero tendría que decir que estoy infectado. ¿Con cuales palabras? ¿Como explicarle a Katya? ¿Qué va a pensar ella? ¿Como decirle eso en su condición? Sus nervios ya están en el límite por lo de la hija y si le hablo de la fea enfermedad…

Nooo! Eso la destrozarГ­a. Mejor esperar. Hay que resolver un problema, al menos. Debo conseguir el dinero para la operaciГіn de Yulia. Y yo harГ© lo que sea para la curaciГіn de mi hija.

– Mejor durmamos. – le dije e, instintivamente, me separé de ella.




11


Yo me acerquГ© aВ la direcciГіn indicada y, sin salir del carro, observГ© los alrededores. Dicen que demasiada precauciГіn te lleva aВ la paranoia, pero esta es la menor de las amenazas que se ciernen sobre mГ­. Cuando ya tenГ­a todo el entorno controlado saquГ© mis conclusiones.

En la planta baja del anexo al conjunto de edificios de apartamentos habГ­a un supermercado pequeГ±o. AВ estas residencias se podГ­a acceder desde todos lados. Un poco mГЎs allГЎ en la calle habГ­a una parada de autobГєs y la entrada aВ una estaciГіn del metro, adonde se dirigГ­an los habitantes de los edificios cercanos. El tГ­pico y enorme conjunto residencial estaba dividido, en la mitad, por una carretera ancha. Un lugar de mucha gente, que se apura hacia alguna parte y, donde nadie le pone atenciГіn aВ nadie. Para un pequeГ±o laboratorio es una buena escogencia. Solo tengo que convencer aВ Zorro que no estacione el В«SubaruВ» destartalado cerca del abasto y, que cada vez, lo estacione en un nuevo lugar, para que nadie se acostumbre aВ verlo.

Como fue acordado por telГ©fono, encontrГ© aВ Zorro, dentro del supermercado, en la estanterГ­a de vinos. Г‰l miraba las botellas sin demasiado interГ©s. Me parГ© aВ su lado como un parroquiano casual.

– Hola, Doctor, – me susurró Zorro, sin mirarme. – Nuestra oficina está bajo nuestros pies, la entrada está detrás del abasto. —

– ¿Trajiste el aparataje, no se te olvidó nada? – le pregunté, secamente.

Zorro, esperando un cumplido, tomГі mis palabras como un reproche. TorciГі el gesto:

– Tengo dos días moviéndome de un lado a otro, primero busqué el lugar, luego, los aparatos. Tuve que comprar muebles, ahí no había ninguno.

– Baja primero. No cierres la puerta, – le ordené y pasé a otro lugar del abasto.

Zorro saliГі. En la cestica echГ© cafГ© instantГЎneo, galletas de avena y azГєcar y me dirigГ­ aВ la caja. En mi alma cosquilleaba un sentimiento de renovaciГіn agradable: toda la vida yo habГ­a sido un simple tornillo en una gran estructura, como una cajera que saca facturas. Ahora soy el dueГ±o. El ciudadano utilitario Grisov se convirtiГі en el inflexible Doctor, cuya grisitud quedГі en el pasado, y en el futuro, como dice el dicho: sin mirar atrГЎs. AdemГЎs, con el cambio de nombre hay un cambio de perspectiva, estoy convencido deВ eso.

Sin embargo, la alegrГ­a se me vino abajo, apenas mirГ© la В«oficinaВ» en el sГіtano.

– Y donde está la salida de emergencia? Ya te lo dije, nosotros no vamos a jugar jueguitos. —

– Esto es lo mejor que encontré. Usted me dio dos días para buscarlo. Trate de hacerlo usted, – Zorro se disgustó.

Parece que estoy forzando la barra. El muchacho trabajГі bien, pero alabarlo es temprano todavГ­a y no vale la pena pelear por pequeГ±eces.

– Ok. Ya pensaremos en algo. Ahora, – le eché una mirada a las cajas con las cosas: – Tenemos mucho trabajo hoy. —

AВ las tres horas ya habГ­amos acomodado los estantes y mesas, los aparatos, los materiales y lГ­quidos quГ­micos en el orden necesario. Zorro se secГі el sudor de la frente y, con gusto, se sentГі en el cГіmodo sillГіn. Me lavГ© las manos y recordГ©:

– Olvidaste comprar el dispensador de agua, papel higiénico y servilletas. —

– Eso no estaba en la lista. Lo que… —

– Hace falta algo para la producción de las tarjetas, – corté el disgusto del socio. – Vamos a estar aquí algún tiempo. Corre al supermercado y trae una tetera, yo voy a trabajar. —

– O sea, usted va a trabajar y yo, a hacer diligencias. —

Me di cuenta de que el muchacho es muy susceptible, mejor lo alabo un poco.

– Tu aporte a la empresa es grande: el lugar, los aparatos…, es importante eso. —

TomГ© uno de los billetes de cinco mil quemados y lo empecГ© aВ picar con las tijeras. Viendo que Zorro no salГ­a, levantГ© la vista y tratГ© de hablar suavemente:

– Nos merecemos un café. Para eso necesitamos una tetera y tazas. —

Zorro se mordiГі los labios y saliГі. Cuando me quedГ© solo, saquГ© las tabletas y me las tomГ© con agua del chorro.

El dГ­a anterior yo habГ­a visitado el centro local de SIDA. AllГЎ me incluyeron en la lista para recibir, gratuitamente, el genГ©rico indio. De esas tabletas tenГ­a que tomarme doce al dГ­a. De una voz monГіtona, el aburrido mГ©dico infectГіlogo, me advirtiГі sobre los efectos colaterales de las pastillas: nauseas, mareos, baja de la hemoglobina, fiebre. PrometГ­ someterme aВ esa terapia.

Me sentГ­ aterrado por la degradante cola de infelices, como yo, que se someterГ­an aВ otra curaciГіn por el mГ©todo de ensayo y error. Una vez mГЎs me convencГ­ de que hay mГ©dicos de dios, pero de que tambiГ©n hay mГ©dicos, que ni lo quiera dios. Yo volvГ­ adonde Guelashvili y le supliquГ© que me ayudara. Afortunadamente David Shotaevich lo hizo. Me explicГі, que existen compuestos efectivos que estГЎn en una sola tableta que se toma por dГ­a, en vez de doce, pero que son caros.

Otra vez el dinero, ВЎmaldito dinero! ВїLas siete plagas? Una sola respuesta, la tengo. Ahora tengo en mis bolsillos tres cajas de medicinas, que no voy aВ dejar que vea mi esposa. Las repugnantes pastillas me recordaban la enfermedad incurable y me obligaban aВ atender aВ mi propio organismo en busca de sГ­ntomas mortales y que me echaban aВ perder mi estado de ГЎnimo.

– Algo no está bien? – preguntó Zorro, quien acababa de llegar, viendo mi gesto agrio.

– Todo está bien. – Me incliné hacia los instrumentos y le pedí que pusiera a calentar la tetera.

Para el inquieto Zorro, el tiempo en el sГіtano pasaba muy lentamente. Bebimos cafГ©, la tetera se enfriГі y Г©l se aburriГі, viГ©ndome trabajar. No tenГ­a tiempo de explicarle, yo estaba entusiasmado con la creaciГіn de nueva tecnologГ­a y, poco aВ poco, me acercaba aВ mi meta. Varios instrumentos estaban conectados aВ la computadora y, de las botellas abiertas, salГ­a olor aВ substancias quГ­micas. PeriГіdicamente se imprimГ­a una lista de cuadritos. Yo los estudiaba, los corregГ­a, los pegaba, les aГ±adГ­a solventes, les pasaba un rodillo caliente y volvГ­a aВ imprimir.

– Pronto estará listo? – preguntó Zorro, pateando una caja vacía en el suelo.

– Bota la basura, – le sugerí. – Y no la empieces a tirar por todos lados.

Zorro mascullГі algo, pero empezГі aВ recoger las envolturas rotas. Cuando Г©l volviГі, yo tenГ­a, agarrado con unas pinzas, un pedacito de papel, parecido aВ un billete, y ponderaba el resultado.

– Vaya! ¿Por fin? – Zorro tomó el billete y comenzó a observarlo. Su rostro mostró dudas. – Doctor, usted se equivocó. Hay un error de imprenta. Y leyó en voz alta: – Cinco mil bublos. —

– Así lo quería yo, – le aseguré y, estirando mi cuello y los hombres, me recosté del espaldar del sillón. – Recuerda que no somos unos falsificadores, sino impresores de dinero de juguete: bublos. —

– Y que hacemos con estos envoltorios de caramelos? A kilómetros se ve que son falsos. —

– El celular está a tu nombre? —

– No soy idiota. —

– Entonces ve al cajero automático y haz un depósito. Pero no aquí arriba, agarra el metro y ve a uno alejado. —

– Y usted cree que el cajero no me va a rebotar? – Zorro dudó.

Las largas horas de trabajo en el sГіtano me tenГ­an cansado y no tenГ­a ganas de explicar detalles tГ©cnicos. Yo saltГ©, nervioso, tocГЎndome la cabeza con la punta del dedo.

– El cajero automático no tiene cerebro, yo sí. Aquí está la materia gris con sus circunvoluciones que se prepararon para esto durante veinte años. Si, ahí tienes una barajita. ¡Así fue pensada! Yo no te estoy engañando a ti, sino al cajero automático. Ese aparato de hierro blindado no tiene cerebro, sino lucecitas que comprueban algunas marcas. ¡Y esas marcas necesarias yo las puse ahí!

DescansГ© y me sentГ©. DespuГ©s de una pausa, Zorro, tГ­midamente, preguntГі:

– Voy? —

– Si, – cansado, asentí, apenado por la erupción.

Cuando me quedГ© solo, yo me hundГ­ en dudas. ВїYo controlГ© todo? ВїEstГЎ bien lo que hice, cualitativamente? Si, yo conozco todas las sutilezas de la programaciГіn bancaria. Conozco bien las marcas de seguridad que comprueban los cajeros automГЎticos. Yo hice un papel que tiene todos los elementos de un verdadero billete de banco y el lector del cajero debe tomarlo como dinero normal. Pero un asunto es la teorГ­a y otro, la prГЎctica. Este es mi primer experimento. ВїComo resultarГЎ?

El socio tardó mucho. Fue una espera insufrible. Cuando, por fin, la puerta se abrió y Zorro entró, yo no levanté la cabeza. No quise adivinar que había pasado por la expresión de su cara y el corazón lo tenía envuelto en dudas. Esperé las palabras. ¿Venía un regaño o una alabanza? ¿Victoria o derrota? ¿Yo invertí correctamente los últimos ahorros de la familia o los gasté en una loca aventura? Yo soy un cretino o…

– Doctor, ¡usted es un genio! – Zorro voló hasta mí y me palmoteó el hombro. Se sentía el aliento alcohólico. – La máquina estúpida se tragó el papel, como una golosina, y ¡pum!, me lo anotó a mi cuenta, cinco mil rublos y no bublos. —

Fedor sacГі el celular para mostrar la confirmaciГіn de la operaciГіn. QuitГ© su mano de mi hombro, me levantГ© y me estirГ© cuanto pude. Mi ГЎnimo subiГі un poco. Г‰l me llamГі genio. Otro apodo en mi vida gris. Reconozco que es agradable. Pero nadie debe enterarse de eso. Yo soy el genio gris del mundo subterrГЎneo. RecorrГ­ con la vista el incГіmodo sГіtano con un piso que no se habГ­a lavado hacГ­a tiempo, con paredes gastadas y tenues lГЎmparas colgadas del techo. Ahora este era mi laboratorio. Esta era mi oportunidad de proveer aВ mi familia antes de que yo los abandonara para siempre. Y el lapso para que llegue el final era desconocido para mГ­. Es posible que tenga las semanas contadas. Por eso tengo que apurarme.

– ¿Bebiste alcohol? – Sacudí a mi joven socio.

– Claro, tenía que celebrar. Pasé por la licorería y agarré un tequila. —

Zorro puso sobre la mesa la botella ya abierta y, sin querer, moviГі el monitor y la impresora. Ese descuido con la nueva tecnologГ­a me molestГі.

– Llévate la botella de aquí, – lo regañé. – En el laboratorio no se beberá alcohol. —

– Yo quería felicitarlo. Es una cosa…¡fantástica! Hasta el final yo no lo creía. —

– Nuestro trabajo apenas comienza. – Yo abrí la gaveta donde estaba el paquete de los nuevos billetes impresos. – Aquí hay cien billetes de cinco mil bublos. Quinientos mil. Hay que distribuirlos. —




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notes


Примечания





1


– UEM: Universidad Estatal de Moscú.




2


– Sasha: Es el apodo familiar y cariñoso, en Rusia, para aquellos que se llaman Alexander.




3


– El apellido Volkov viene de la palabra Volk, que significa lobo, en ruso.



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